La sonrisa de Antoine Griezmann quedó congelada bajo un puñado de confeti, ataviada en sus mejores galas, como si se tratara de una foto un tanto irónica. Anulado por el confeti que él mismo había lanzado, maniatado por unas expectativas que nada ni nadie lograron calmar. Griezmann estuvo mucho tiempo dejando constancia de un talento cojo, una muleta que servía para sostener su alargada figura pero que no llegaba para impulsarla hacia donde todos esperaban. Bajo toneladas de confeti, su rostro se había quedado hierático. Helado. El FC Barcelona expulsaba al francés de su sistema, un objeto no identificado en un cuerpo demasiado débil. El fútbol nunca pregunta por qué, tampoco avisa antes de arremeter con fuerza. Es por eso que nadie esperaba que Antoine Griezmann empezara a brillar con luz propia en el equipo de Leo Messi. El confeti es ahora parte de un vestido en el que se reconoce.
Pocas veces el destino ha sido tan esquivo como con Antoine Griezmann en el Barça. No es ya que le haya negado la posibilidad de ningún título, sino que se los ha arrebatado de forma cruel. El 2-8, en el que no fue sino un espectador tétrico en un banquillo que se hundía, entrando como una mueca herida de un Barça que se descomponía. Antoine como la prueba viviente del horror. O la Supercopa, donde ni un doblete en una final impidieron la debacle. Tras año y medio, el ex del Atlético de Madrid parece haber encontrado su sitio en un equipo que le miraba con malos ojos. Pero, ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué está funcionando? Para analizarlo, debemos mirar hacia atrás.
El fichaje de Antoine Griezmann en verano de 2019 representaba un salto de calidad evidente. El FC Barcelona venía de una temporada que se había quedado a tres partidos del triplete, y aún con el título de Liga bajo el brazo, el proyecto tenía carencias evidentes que debían ser subsanadas. Europa era una quimera y La Liga respondía a un estado de inercia en el que el peso mastodóntico de Suárez y Messi a un lado, y Ter Stegen y Piqué en el otro, hacían valer sus galones. De Jong y Griezmann, ambos futbolistas que habían demostrado pesar de verdad en Champions, con energía y mucho fútbol, representaban un upgrade para un equipo cansado. Pero Griezmann llegaba tras el famoso vídeo, con la afición esperando a ser reconquistada por sus goles y un encaje difícil en el equipo de «Leo Messi y Luis Suárez». Ambos demandaban balcón del área y balón al pie. ¿Cómo encajar a Antoine en un equipo que le exigía desnaturalizarse?
Griezmann es el perfecto exponente de qué le sucede al delantero que no regatea, al que sin ser un 9 al uso, está obligado a un juego que no siente como suyo. La tiranía del highlight exige al delantero, prácticamente como un deber moral, que regatee, que encare, que haga que «sucedan cosas». Nadie entendía, o muy pocos lo quisieron entender, que Antoine es un futbolista de picotazos, que juega como si el balón quemara, apenas reteniéndolo, haciéndolo mover por todo el frente de ataque con gracilidad. No existe un retazo de voluptuosidad en su fútbol. Es generoso en el esfuerzo y está dotado de un sentido colectivo que trasciende al individualismo. Griezmann fue situado de extremo en izquierda, atado a una posición que le obligaba a recibir lejos del área y sin recursos para avanzar, todas sus carencias quedaban expuestas al público sin pudor alguno. Y, como el público no atiende nunca al contexto, y aísla al jugador en una burbuja, como si la carta del FIFA dictase el nivel real, Griezmann veía cómo el fútbol se le escapaba, mostrándole su lado más yermo.
De repente, Griezmann pasó a ser un jugador del montón. Como excusas, la famosa tiranía del precio, como si lo pagado justificase el fútbol que no se ha visto. Como comprar uno de los mejores microondas del mercado y esperar que te hiciese de frigorífico. Uno no podía esperar lo que no existía en Griezmann, pero el fútbol es tan obtuso que así fue. Es el precio a pagar al ser un deporte de masas, que la naturaleza de los futbolistas se diluye, convertido en un objeto de debate que deslegitima al futbolista. Uno no es lo que él quiere ser, sino que debe ser lo que el público diga.
Se alejó a uno de los mejores definidores del planeta del área (apenas disparaba 1.1 veces por partido), se le ató al costado izquierdo y desde ahí se pretendió construir algo orgánico y coral. Fue imposible, y el confeti que mostró Antoine en su primer gol en el Camp Nou, terminó por enterrarlo bajo una cárcel de oro y diamantes. Ningún futbolista se sacrificaba más, pero siempre daba la sensación de ser una penitencia, como si necesitara correr más que el resto para ser aceptado. En su fútbol no había rastro de alegría, solo sufrimiento.
La diferencia, solo mirando el mapa, es evidente. Griezmann es un futbolista que pisa muchas más zonas esta temporada. La ductilidad de la que ha vestido Koeman al equipo desde sus inicios, bien en el 4-2-3-1 inicial o sobre todo en el 4-3-3 que se ha sentado, le ha servido a Griezmann para descubrir zonas que antes tenía vetadas. En el Barça de Busquets, Messi, Suárez y Vidal, Antoine debía ser el que mantuviera una amplitud que no existía sin él, una falsa profundidad que nadie veía. El fútbol es curioso, caprichoso y hasta irónico ciertamente. Sigue siendo el equipo de «Messi y Busquets», pero todo parece distinto. Y lo es. Los actores han cambiado, y aunque Griezmann siga siendo ese «delantero que empieza en izquierda», en realidad es mucho más. Al final todo se reduce a algo muy sencillo, que es así en el fútbol y en el día a día: las sinergias y las relaciones interpersonales son la base de cualquier posibilidad de éxito. Si existen y son sólidas, todo lo demás es secundario. Es el equipo de Messi, Busquets, sí, pero también de Pedri, De Jong, Griezmann y Dembélé. Koeman ha logrado integrar futbolistas que se repelían bajo un manto benévolo.
Hay algo sencillo y profético a la vez en el deporte rey. Si acercas a quien tiene gol al gol, los hará. Antoine Griezmann ha participado en 20 goles esta temporada, uno más que en toda la pasada campaña con 1000 minutos menos disputados. Griezmann tuvo tramos al inicio donde el gol le burlaba como ya había hecho el destino, fallando ocasiones impropias en un jugador de su calidad. Pero el francés no desistía, agarrándose a la fe que lo había logrado mantener en pie a pesar de tanto ruido a su alrededor. El gol llegaría. Y en este mes de enero, De Jong y él, ambas atados por un relato que les había colocado una etiqueta que no se ajustaba con su fútbol, han eclosionado. El neerlandés como interior llegador y Griezmann como un delantero que, partiendo desde el costado, tiene libertad para ocupar zonas centrales y participar en los primeros pases si el juego lo requiere. En sus últimos 9 partidos ha participado en 13 goles.
Antoine Griezmann ha pasado de 1.1 a casi 3 disparos por encuentro en la Liga. Koeman ha reconocido en el francés lo que realmente es tras tiempo siendo algo que no podía ser: un futbolista que regula sus intervenciones, de fútbol ligero y coral, capaz de conectar a sus compañeros desde el pase y el movimiento, siempre inteligente, y con una definición al alcance de muy pocos futbolistas. Los goles que antes se le escapaban de forma ridícula ahora caen por su propio peso, como si no quedara más remedio.
En el 4-3-3 de Koeman, el tener a Messi como falso 9 le abre a Antoine Griezmann muchas puertas, pues cuando el argentino desciende y mientras Dembélé mantiene la amplitud y la anchura, Griezmann puede participar en zonas centrales, sumando desde el remate o el pase en la frontal. ¿Por qué? Pues porque ahora el Barça se lo puede permitir. Pedri manteniendo siempre una referencia limpia, dando soluciones con cada gesto, Alba atacando y Griezmann apareciendo en pasillos que con el Barça jugando de forma más dinámica, están sin tapar. Así llegaron los goles en Granada.
El nuevo sistema de Koeman reposa sobre unas piezas que, a diferencia de las del curso pasado, interactúan entre ellas con naturalidad, sin fisuras. Y, sobre todo, nadie mira a Griezmann esperando que haga un truco de magia o una jugada individual, sino que entendiendo su naturaleza atípica en una estrella que juega en 3/4, el FC Barcelona está siendo capaz de alimentarle, leyendo sus movimientos a la espalda de la defensa y remunerando sus esfuerzos con pases de gol. Para ello ha sido vital que Dembélé haya asumido el peso creativo y desbordador y que Leo Messi dentro siga haciendo estragos con sus conducciones poderosas. Ellos dos hacen aquello que algunos pensaban que debía hacer el galo, dejando, ahora sí, que haga aquello en lo que es élite. Pocos futbolistas han sido más castigados por algo que no era que Antoine Griezmann.
La confianza ha reconstruido la figura de un jugador que estaba derruido hace unos meses. Fallo tras fallo, el gol dejó de existir y se convirtió en un premio inalcanzable y lejano, una promesa a medias. Pero pocos jugadores han creído más que él, incluso cuando nadie más lo hacía. Solo así se explica su obstinación en seguir empujando una fútbol maltrecho hasta donde está hoy: uno renovado, cicatrizado. Su fe está intacta. Griezmann ha entendido esta primera etapa en el Barça como una penitencia que debía pasar tras su vídeo y su rechace. «Que los goles hablen por mi», dijo en su llegada. Y los goles no llegaban. El silencio era incómodo y decía demasiado. Hasta que cesó. Una redención que estalló de forma poética en Granada.