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Desde que se fue, el culé pasó a contar el tiempo hacia atrás en vez de hacia adelante, en un esperar eterno. Su marcha en el verano de 2015 en medio de un Triplete histórico, uno que terminaría siendo un seísmo para el club, el jugador que había entendido el juego desde el sometimiento constante parecía descatalogado, visto como una reliquia útil de un pasado irrecuperable. El Barça se presentaba con un equipo en su peak de dominio con un fútbol que buscaba evolucionar. Desde que Xavi se fue, pasó de ser jugador a idea. De futbolista a concepción. A veces, desde la lejanía, dudaba de si Xavi realmente existía, de si era él quien hablaba. Su voz se diluía en un ruido de fondo abrupto; era el Estilo quien hablaba. Xavi pasó a vivir en el mundo de las Ideas.

Cuando Koeman cogió la plantilla en verano de 2020, entendió que el equipo, antes que recuperar «el estilo» debía recuperar la autoestima. No se puede jugar al fútbol, al que se quiera, si no lo haces convencido. Y el convencimiento pasa por una autopercepción positiva, fuerte. Tras el 2-8, el Barça era poco más que un meme, un equipo viejo, cansado, convertido en una caricatura de lo que fue. Mientras el debate del estilo, de 4-3-3 o de extremos abiertos, el equipo se desangraba cada vez que jugaba, porque lo hacía de forma triste, autocompasiva si se me permite.

El equipo de Messi pasó de jugar a fútbol a sufrirlo, salvo cuando el 10 la agarraba. Yo valoro el primer curso de Ronald de una forma positivísima. Dio minutos a jugadores que hoy ya son vitales, entendió a Leo y le encajó con Griezmann, hizo que Busi y De Jong sonriesen juntos. De enero a abril, el Barça jugó realmente bien al fútbol. Koeman entendió que por delante del juego estaba lo emocional, y que con Messi lo primero era un pelín más secundario. Sin Leo, tocaba crecer. Y el equipo se hizo pequeño.

Koeman se fue convirtiendo en un ermitaño, cada vez más obcecado en unas ideas y un fútbol que se ahogaba. Su segunda temporada no tuvo que haber existido, como tampoco la tercera de Valverde tras Anfield. Como series que te entretienen pero que empiezan a sumar temporadas y terminas odiándolas. El Barça alargaba procesos sin saber cerrarlos, esperando que el equipo se recuperase, que todo volviese a ser como antes. A diferencia de antes, ya no está Messi. Sin Leo, los milagros han vuelto a ser cosa de pelis y libros. Algo lejano. La desídia del club hizo que Koeman siguiese en su cuesta abajo, desconectado de la realidad de La Liga, dando bandazos y lo más relevante; hundiendo la moral de una plantilla a base de negarle un techo que debe tener. Koeman le habló al Barça desposeyéndolo de su pasado, de su poder, de sus lujos, convirtiéndolo en una ciudad dormitorio; algo feo, deprimente. Imposible que sus habitantes se sintiesen cómodos.

Xavi no es otra cosa que una promesa. Y lo importante de las promesas no es tanto su contenido, sino el propio hecho de imaginártelas. En realidad da igual si terminan cumpliéndose o no, puede que nunca lo sepamos, pero solo la mísera idea de la promesa, allí quieta e inamovible, nos resulta tremendamente placentera y tranquilizante. Y es esto precisamente lo que, en estos momentos, necesita el FC Barcelona ya no como club, sino como paciente. Una promesa. Cuando Xavi se fue, todos tuvimos en mente que volvería. Cada mes que pasaba, el recuerdo del egarense crecía, y el club se iba adelgazando. Y no hay mayor alimento que la Ilusión, que la Promesa. Importa poco si son de raíces fuertes, porque el cuerpo pide comida.

La realidad de la plantilla del Barça es tan compleja como estimulante. Desde mi punto de vista, es un equipo formado por futbolistas de enorme potencial, otros que están para competir, un par de piezas que están ante sus últimos coletazos y unos futbolistas que no dan el nivel exigible. Pero ante todo es una plantilla que permite a quien la entrene jugar con muchas posibilidades, ser flexible. Estimulante. Xavi debe entender su aterrizaje como un inicial ejercicio de terapia, es necesario que los jóvenes vean en Xavi no a un entrenador, o no solo eso, sino a un Gurú. Aunque no lo sea. Da igual. Convertir la Idea en Cuerpo, el Cuerpo en en Idea.

Como cuerpo herido, mutilado, el FC Barcelona necesita sanarse, y para ello no existe mejor forma que dejarse seducir por lo imbatible: el pasado. Xavi, además, no es solo una idea que haya quedado fosilizada en la memoria del aficionado, sino que su paso por Qatar ha servido por testar su ideario, para probarle y moldearlo. En un contexto mucho menos exigente, sí, pero lo que importa no es tanto el nivel de competición como la capacidad adaptativa, de encontrarse pruebas y superarlas. El Barça ahora es un Trauma. Un equipo con un problema muy serio de amnesia colectiva y de histeria generalizada. Para el Trauma Xavi puede ser o su terapia o un punto de ebullición máximo.

Xavi tiene ante sí un reto, y es superar unas expectativas irreales, altísimas, casi enfermas. Cada palabra que ha dicho los últimos años ha sido tomada como sagrada, cada discurso aplaudido a rabiar y cada frase acompañada de un «con Xavi (inserte frase bonita)». Y competir contra lo ajeno, lo incontrolable, es aterrador, ¿no creéis? Ahí no puedes hacer nada, salvo hacer todo lo posible para que se cumpla aquello que la gente piensa. Y ahí se corre el peligro de no decepcionar antes que acertar, y esto es peligrosísimo. Hernández aterriza como el adalid de la escuela Barça, la viva representación del Modelo, del Estilo. Y el Barça ahora es el cuarentón divorciado que, todavía atractivo, necesita que se lo digan antes de que termine comprándose una moto y tatuándose en el pecho. Del renacimiento a la decrepitud hay un paso., a veces invisible. El club, tras años vagando por un desierto absoluto, llega tiritando a la Tierra Prometida. Ahora tocará descubrir que se esconde tras la promesa. Desenmascarar la Promesa como parto final, como (re)nacimiento o defunción.

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Albert Blaya
Periodista. Escribo sobre fútbol y leo mucho.

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