Maradona-Reyna: La historia detrás de la legendaria marca individual

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«Hoy salimos a ganar. Somos diez contra diez. Ni Maradona ni Reyna juegan».

Roberto Chale, entrenador de la selección peruana en las Eliminatorias Sudamericanas para el Mundial de 1986.

Lima, 23 de junio de 1985. Penúltimo partido de las Eliminatorias Sudamericanas rumbo a la Copa Mundial de la FIFA de México 1986. Argentina y Perú. Un empate habilita al compilado argentino para viajar, al año siguiente, a la disputa por el máximo título a nivel selecciones en terreno azteca. Los peruanos precisan un triunfo en condición de local para ambicionar con el pasaje.

En aquella época, la clasificación estaba distribuida en tres grupos. El número uno estaba integrado por Argentina, Perú, Colombia y Venezuela, de los cuales uno, el líder, obtendría el boleto al Mundial, mientras que el segundo y el tercero disputarían el repechaje. El número dos; por Uruguay, Chile y Ecuador; y el tercero, por Brasil, Paraguay y Bolivia. De los dos últimos grupos, clasificaban dos selecciones directamente (los dos líderes de cada uno) y los dos segundos se jugarían el ingreso a partir de octubre, en los partidos por el repechaje. El seleccionado dirigido por Carlos Salvador Bilardo marchaba como primero de grupo y para asegurar la plaza a México, restaban los dos encuentros ante Perú; primero de visitante, en Lima, y luego de local, en la capital del país.

Pero los peruanos atesoraban un plan para soñar con la Copa del Mundo. El director técnico de la Blanquirroja—que en ese entonces transitaba segunda, justo detrás de la Albiceleste con un punto menos— había ideado una estrategia a la cual le dedicó innumerables horas de trabajo: anular a Diego Armando Maradona. Y para ejecutarlo, Roberto Chale designó a uno entre los diecinueve futbolistas convocados: Luis Reyna Navarro.

«Vi que los colombianos y venezolanos le hicieron marca personal a Maradona, pero sus marcadores eran muy altos y nunca pudieron frenarlo. Reuní a mis jugadores para preguntar quién quería marcar a Maradona. Yo esperaba que fuera (Jorge) Olaechea, pero él y los demás se quedaron callados. Ahí Lucho (Reyna) dijo ‘yo’, y quedó. Fue un riesgo ponerlo, porque él no jugaba hacía seis meses».

Roberto Chale, en declaraciones para El Comercio, en 2016.
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Reyna era un mediocampista defensivo que en aquel entonces militaba en el club Universitario de Deportes, en el campeonato peruano. «Tú juegas un partido aparte, eh. O mejor dicho, no lo juegas tú y no lo juega él«, fue la oración motivadora que en aquel entonces profirió el seleccionador a su dirigido. La intención era, sin más, que el mejor futbolista del momento no hiciese lo que más le gusta. En lo posible, que no tocase la pelota, que la viera pasar. Y ante la inexorable circunstancia en la que entrara en contacto con ella, que este encuentro fuese de lo más fastidioso posible para ese número diez bajito: no importaba si Reyna era uno menos para Perú, porque Maradona era uno menos para Argentina. Esa era, según entendió Roberto Chale, condición fundamental para que sus hombres se acercaran al resultado; la única manera de desconcertar a la selección argentina.

«Chale me dijo, y yo creo que todos entendíamos lo mismo, que Argentina dependía de Maradona».

Luis Reyna.

Como cuando a un niño se le arrebata el juguete y se siente perdido, sin estímulos de recreo y próximo a la queja o incluso al llanto, esa noche Luis Reyna le quitó la pelota a Maradona —mejor dicho, lo separó de ella— y el escenario fue equivalente. En el partido, la persecución fue asfixiante en todos los sentidos que afectan el desempeño de un jugador. Porque si bien destacaron los agarrones, los manotazos, las patadas y todo lo relacionado a las acciones antirreglamentarias contra el físico del Pelusa, el desgaste mental fue significativo: por más que Chale decidió sentar a su futbolista en el banco de suplentes a falta de quince minutos para el epílogo, Diego ya estaba psicológicamente abatido. El rigor del marcaje individual había sido tal que la mente del probablemente más creativo, ingenioso e inventivo futbolista de todos los tiempos menguó durante ochenta y nueve minutos: pudo escabullirse una vez, sobre la banda izquierda, y aprovechó para desbordar y enviar un centro a Jorge Valdano, que definió, pero el arquero detuvo el balón. Y es que Maradona, incluso siendo anulado, jamás, en toda su carrera, estuvo completamente desligado de un momento de inspiración. Así es la mente de los genios.

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Reyna no se separó del diez ni cuando Perú dominaba la posesión. La docilidad del volante peruano fue tan extrema que en un momento del partido, cuando el de Villa Fiorito se acercó al costado del terreno de juego para ser atendido por los médicos, Luis lo acompañó. «En una jugada, pisé mal y salí de la cancha, para que me viera el tordo (doctor). ¡Y el tipo me siguió hasta el borde de la cancha! Cuando volví, se me paró otra vez al ladito, el cabeza de termo…» escribió, años después, Diego en su autobiografía. En la misma, indicó que no dejó de hablarle en todo el encuentro. La intensidad no solo fue física; el peruano dominaba varias estrategias e irritantes detalles para terminar de sacar a su más duro oponente del partido. Se puede afirmar que lo consiguió: Perú ganó 1-0 con un gol a los ocho minutos de partido —en el que, curiosamente, Reyna participó asistiendo de cabeza, en la única jugada en la que se desprendió de su par— y debía viajar la semana siguiente a Buenos Aires para concretar la hazaña.

«Ese muchacho es muy torpe y le hace mal al fútbol. Yo quiero vengarme, pero no con los puños o la boca, sino jugando a la pelota. Nunca me pasó algo así. No se puedo comparar con la de Gentile (ante Italia, en España 82) ni con ninguna otra. Fue la marcación más sucia que sufrí en mi vida, pero el árbitro no cobraba nada. A este Reyna lo espero el domingo, pero no para andar devolviéndole golpes, sino para jugar al fútbol».

Diego Armando Maradona, después del partido en Lima ante Perú.
 (Foto: Archivo Prensmart)

El 30 de junio volvieron a verse las caras en Buenos Aires. Así como los peruanos llegaban con el ímpetu por las nubes, a los argentinos los atormentaba el fantasma de una posible derrota. Esta vez, la persecución de Reyna continuó, aunque no estuvo (tan) acompañada de la crueldad mostrada en Lima. Maradona lo explicó así: «Me agarró una vez, pero como el árbitro lo fulminó con la mirada, me soltó enseguida y no volvió a hacerlo. Y el resto de la tarde fue leal«. El encuentro comenzaría con Argentina por delante, gracias a una escapada del propio Diego ante Luis en banda izquierda y un centro para Pedro Pasculli, que definió en el área chica a los doce minutos. Sin embargo, Perú puso la igualada en el minuto veintitrés y en el treinta y nueve ya estaba ganando. Argentina sacaba del medio y… el fantasma de la no clasificación volvía a atacarlo. De acuerdo a lo que explicó Diego en su libro, la charla de Bilardo fue contundente en el vestuario: «En el entretiempo, Carlos no nos dijo nada de los goles, nada del primer tiempo, nos dijo que nos olvidáramos, que empezáramos de nuevo, que saliéramos a clasificarnos para el Mundial y que… ¡nos dejáramos de joder!«.

El complemento no podría haberse dado de otra forma. En un Monumental repleto en el que, más que el aliento de los hinchas, se oían murmullos que retumbaban aires de concreta zozobra, a más de uno de los presentes, ya sea futbolista o espectador, se le fue a la cabeza un recuerdo amargo que había contado con los mismos intérpretes dieciséis años antes —en la clasificación al Mundial de México 1970—, cuando los peruanos irritaron el deseo argentino de participar. Mismo rival, mismo objetivo en el mismo sitio y… sueño frustrado. No obstante, a falta de diez minutos para el cierre, una serie de rebotes en el área, en aquellas incongruencias del terreno de juego potenciadas por el césped mojado y el barro excesivo, derivó en el remate de Ricardo Gareca (quien curiosamente le entregaría la clasificación a Perú al Mundial de Rusia 2018 luego de treinta y seis años, pero como entrenador) y en el 2-2 de la selección de Carlos Bilardo. No hubo ser humano en suelo argentino que no haya gritado con la máxima furia aquel tanto.

«Y al final, cuando faltaban diez, llegó aquella jugada de Passarella, el empujoncito de Gareca, ¡qué sé yo! Yo ni me di cuenta quién había hecho el gol, pero lo tenía cerca a Pedrito Pasculli y me abracé con él, me abrazaba con cualquiera… pero fue de Gareca, fue del Flaco, si no la pelota se iba afuera, se iba afuera».

Diego Armando Maradona, en su autobiografía «Yo soy el Diego».
Seleccion peruana | Un gol de Ricardo Gareca con Argentina en 1985 dejó a  la Bicolor sin Mundial | YouTube | VIDEO | libero.pe

Al final, a los peruanos no les alcanzó con anular a Maradona y vieron estropeado su anhelo de disputar la Copa del Mundo en México. Sin embargo, las frías tardes en que el despiadado marcaje de Luis Reyna se impuso al talento natural del entonces mejor futbolista del mundo perdurará para siempre en los registros de aquella enternecedora clasificación. La historia, en la posterioridad, acabaría con Argentina tocando el cielo en suelo azteca y con el propio Pelusa concretando una de las mayores exhibiciones individuales de todos los tiempos en un torneo de este calibre. Reyna y Maradona volvieron a verse las caras en la Copa América de 1987. Curiosamente, el encuentro terminó 1-1 y los autores de los goles fueron… Diego Armando Maradona para Argentina y Luis Reyna para Perú. Esta vez no hubo persecución individual.

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“Si lo tuviera que hacer de vuelta, me negaría. Para mí es una deshonra que me reconozcan solo por eso”.

Luis Reyna.

«Qué bárbaro ese Reyna: después de esa experiencia, con los años, me fui dando cuenta de que me gustaba más que me marcaran hombre a hombre, porque me los sacaba de encima, así, tac, rapidito, y quedaba solo. En cambio en zona era más complicado».

Diego Armando Maradona, en su autobiografía «Yo soy el Diego».

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