«Mi reflexión sobre la Ligue 1 es que, cuando no la conocía, pensaba que era una liga muy fácil, pero es todo lo contrario. Hay un alto nivel individual y un alto nivel de entrenadores. Ahora diréis que os lo digo porque voy primero y me beneficia. Si fuera una patata de liga, lo diría. Me parece una liga muy competida, con mucho talento y mucha gente joven que va a otras ligas. Hay, además, un alto nivel de entrenadores. Lo puedo decir basado en mi experiencia». Estas son palabras de Luis Enrique, entrenador del Paris Saint-Germain, el pasado mes de marzo.
La Ligue 1, siempre vilipendiada por el gran público, tratada con cierta sorna, ha vivido los últimos años bajo la condena del proyecto parisino de Nasser Al-Khelaifi. Porque, mientras los capitalinos han tiranizado la liga durante los últimos años, salvo las honrosas excepciones de Montpellier, Mónaco y Lille, su no consecución de la liga de campeones era una losa para el resto de los equipos, que veían como sus no victorias eran una excusa fácil para criticar a la liga y minimizarla. Porque más valen las palabras que los visionados en este mundo que nos ocupa, en una suerte de pereza compartida.
Sin embargo, en lo referente a la competición francesa, sí cabía hacer una reflexión. La explosión del proyecto del PSG hizo volar por los aires la competencia interna, haciéndola más previsible y menos emocionante. Paralelamente a esto, la brutal irrupción de talento joven francés, reflejado en una selección nacional que ha jugado las dos últimas finales del mundo, no se veía aprovechado ni disfrutado en la competición nacional. La falta de capital monetario e inversión extranjera obligaba a vender, con la Bundesliga o la Premier League convirtiéndose en destinos predilectos para todos esos jóvenes prometedores, mientras que el PSG parecía ignorar ese talento que crecía bajo sus narices, salvo en el caso de Kylian Mbappé, para apostar por jugadores extranjeros y fichajes de grandes estrellas.
Por ilustrar con ejemplos, y contando con el último once elegido por Didier Deschamps en la selección: Mike Maignan abandonó la Ligue 1 a los 26 años, Jules Koundé a los 20, William Saliba fue fichado por el Arsenal a los 19, Ibrahima Konaté a los 18 se marchó del Sochaux, Lucas Digne a los 22, Manu Koné a los 20, Aurélien Tchouaméni a los 22, Mattéo Guendouzi a los 19, Ousmane Dembélé a los 19 y Randal Kolo Muani a los 23. El talento, buenísimo, se formaba en las fronteras galas, pero no duraba en el país.
Sin embargo, el último de ese once, Bradley Barcola, representa la excepción y los nuevos tiempos. A sus 22 años, el extraordinario extremo izquierdo, sigue jugando en Francia, en el PSG, a donde llegó procedente del Olympique Lyon en 2023, con 21 años. Hace unos años, su marcha se habría producido hacia otro equipo de otra liga (estuvo a punto de marcharse a Suiza debido a la falta de oportunidades en el Lyon), pero ahora el PSG apostó por él. También repescó a Dembélé y Kolo Muani de sus exilios en España y Alemania, respectivamente. La muerte del proyecto faraónico de las estrellas, con ese tridente compuesto por Messi, Neymar y Mbappé, supuso el nacimiento de un proyecto más enfocado en el talento local, apostando la indudable calidad que se forma en sus fronteras y que habían desaprovechado en estos años, dejando ir a canteranos como Christopher Nkunku, Moussa Diaby, Mike Maignan, Ferland Mendy, Kingsley Coman o Adrien Rabiot.
Pero no es solo una revolución en la forma de afrontar el proyecto del PSG la que ha vivido la Ligue 1 en las últimas, sino, además y principalmente, una metodológica. De entrenadores y escuelas extranjeras.
La Ligue 1, con sus entrenadores locales y falta de aperturismo a la revolución que se estaba viviendo en el resto de Europa, se estaba quedando atrasada, anclada en el pasado. El nivel de una liga lo dan los jugadores, por supuesto, pero también la llegada de entrenadores extranjeros que traen consigo ideas propias, extrañas y nuevas. Que se salgan de los bordes establecidos.
Obviamente la explosión supersónica de la Premier League de los últimos años tiene que ver con las voluminosas cantidades de dinero que les permiten fichar y fichar, pero también, y principalmente, a las llegadas de los Pep Guardiola, Jürgen Klopp, Antonio Conte, Mauricio Pochettino o Marcelo Bielsa. El estancamiento reciente de la Serie A se explica desde el inmovilismo y la falta de valentía a la hora de apostar por ideas nuevas, lo que les está llevando a un bucle eterno.
A la Ligue 1 le faltaba dar el paso. Lo intentaron, poco a poco, con la llegada por ejemplo de Miguel Cardoso, un radical del juego de posición, al Nantes; o con la de Patrick Vieira, que había mamado las ideas del City Group, al Nice. Fueron las primeras piedras de una montaña que se ha ido agrandando con el paso de las temporadas.
Por poner en perspectiva, en la última jornada de la Ligue 1 2019/19, cuando la liga todavía la conformaban 20 equipos, 15 de ellos estaban dirigidos por técnicos franceses. Unos años después, en la última jornada de la temporada 2021/22, 14 de los 20 seguían entrenados por franceses. En esta última jornada que se ha disputado, el porcentaje ha disminuido considerablemente: de los 18 equipos, apenas 10 están dirigidos por franceses.
El PSG, como paradigma de la competición, ha sido siempre quien más dispuesto a mirar lejos ha estado, con las contrataciones de Unai Emery, Thomas Tuchel, Mauricio Pochettino o Luis Enrique en estas últimas temporadas. El Mónaco también ha mirado siempre lejos, siendo sus últimos cinco entrenadores extranjeros (Jardim, Robert Moreno, Kovac, Clement y Hütter). El Olympique Marseille, buscando rememorar los éxitos de la etapa de Bielsa, contrató a Jorge Sampaoli que, aunque se desnaturalizó completamente en su etapa francesa, venía a aportar ideas lejanas y novedosas.
Aunque más que grandes nombres, donde se demuestra el aperturismo que están mostrando los equipos es confiando en entrenadores extranjeros y poco conocidos. Ningún ejemplo mejor que el del Stade Reims cuando le dio su banquillo al belga Will Still cuando todavía ni tenía en su haber la UEFA Pro Licence. Hoy en día dirige al RC Lens, club al que llegó este verano y donde está firmando un gran inicio de temporada, con 15 puntos y estando en quinta posición. El Reims, para sustituirle, ha apostado por el esloveno Luka Elsner y también han firmado un inicio muy positivo, con 14 puntos en estas primeras jornadas.
El Lille dio un golpe sobre la mesa haciéndose con los servicios del portugués Paulo Fonseca en el verano de 2022. En las dos temporadas que dirigió desarrolló un claro estilo de juego, con inspiraciones en el fútbol de Roberto De Zerbi y la moda europea de juntar muchos pases en salida, atraer al rival, provocar sus saltos y atacar su espalda. El Mónaco, con la contratación del austriaco Adi Hütter, incorporó rasgos de la Bundesliga, con sus defensas de tres, saltos agresivos en presión y la búsqueda por concentrar todo el juego en un mismo sector, con los jugadores juntándose en pocos metros, tal y como están haciendo esta temporada con Takumi Minamino y Eliesse Ben Seghir.
Y es que no hay mejor muestra de la evolución que ahora los propios entrenadores franceses quienes han adaptado ideas del exterior. Es el caso de Franck Haise, actual entrenador del Nice, a donde llegó este verano tras una etapa exitosísima en el Lens donde les hizo subcampeones. Los equipos de Haise parecen sacados de las profundidades de la actual liga italiana, con sus líneas de cinco defensas que saltan como un acordeón en presión con marcas al hombre por todo el campo.
O Eric Roy, entrenador del Stade Brest, equipo revelación la temporada pasada con un tercer puesto, que lo apuesta todo a las segundas jugadas, siendo un bloque muy comprimido y que viaja junto. Si jugasen con una equipación que imposibilitase su identificación sería imposible no decir que ese equipo parece el Freiburg, Augsburg, Union Berlín o cualquier equipo sacado de las entrañas de la Bundesliga.
La joya de la corona, por supuesto, ha sido la adquisición de Roberto De Zerbi por parte del Olympique Marseille este pasado verano. El italiano, que venía de una gran experiencia en el Brighton, sonaba para algunos de los banquillos más grandes del panorama mundial, llamado a los partidos más grandes, pero se decidió por el proyecto de la costa azul. La forma de jugar de sus equipos es vanguardia metodológica de estos últimos años y, según el propio Pep Guardiola, uno de los entrenadores más influyentes de los últimos años. Se puede decir, sin temor a exagerar, que De Zerbi ha ayudado a cambiar la manera en que se juega al fútbol.
Hoy en día la Ligue 1 es una de las mejores ligas del mundo por derecho propio, por su capacidad para reinventarse y sobrevivir a la pérdida de las estrellas. Sus partidos son emocionantes y ricos tácticamente porque caben en ellos las corrientes de los principales países del mundo. Y es que, entre reinventarse y morir, Francia ha elegido el primer camino, colocando su fútbol en la primera línea del panorama actual. Porque las estrellas van y vienen, pero son las formas lo que predomina y marca tendencia. Y Francia, que veía como se derrumbaba entre antiguas querencias centristas, ha vuelto a encontrar, como siempre ha hecho en la historia, una manera de regresar.