Durante muchos años, la gente se ha repetido hasta el cansancio que no se puede vivir de lo que te gusta, que un hobby no te dará de comer, no pagará tu recibo de luz o tu renta. Esta manera de afrontar la vida, a la larga, crea frustración y arrepentimiento, sobre todo en aquellas personas que realmente tenían un talento superior al resto. Ese fue el caso de Amerigo Sarri, un prodigioso ciclista toscano que se vio obligado a dejar a un lado su sueño para llevar pan a su mesa.
Amerigo se vio obligado a trabajar como operador de grúas mientras su amigo, Gastone Nencini, quien siempre reconoció el talento de Amerigo, gnaba el Tour de Francia en 1960. Un año antes del triunfo de Gastone, Amerigo Sarri tuvo una alegría: en Nápoles, donde vivía por motivos de trabajo, nació su hijo Maurizio. La familia regresó a la Toscana después, pero Nápoles nunca salió del corazón del pequeño. Cuando sus amigos se divertían viendo a la Fiorentina de Bruno Pesaola, Sarri lo hacía con el Napoli de Dino Zoff y José Altafini. Como la gran mayoría de los niños, Maurizio soñaba con ser futbolista, pero el poco talento y la vida lo llevaron a un escritorio del Monte dei Paschi di Siena.
Banquero de día y entrenador de noche, así fue su vida por muchos años hasta el 2000, cuando se le presentó la oportunidad de dirigir al Sansovino de la cuarta división italiana. La chance lo obligó a elegir, justo como Amerigo Sarri, su padre, lo tuvo que hacer en su día. Al final, Maurizio eligió seguir su pasión, y nació Mister 33 a sus 41 años. Lo apodaron Mister 33 por llegar a usar 33 esquemas diferentes en el Sansovino, algo nunca visto en una división tan inferior en Italia, catalogado por todos como obsesivo y minucioso.
Después del Sansovino, llegó el Sangiovannese y, en 2005, al Pescara de la Serie B, su primer trabajo fuera de la Toscana y debut en la división de plata italiana. Arezzo, Avellino, Hellas Verona, Perugia, Grosseto, Alessandria y Sorrento fueron los siguientes banquillos en su carrera; fue saltando de uno a otro, de categoría en categoría, a causa de despidos y renuncias, hasta que en el 2012 llegó al Empoli. Allí inició su leyenda, donde toda Italia escuchó por primera vez de aquel napolitano que apenas 12 años atrás era banquero.
Duró dos años con los Azzurri en Serie B. En el primero perdió la final por el ascenso y en el segundo lo consiguió de manera directa, recibiendo la Panchina d’Argento como mejor entrenador de la segunda división. Todo esto sucedió con un 4-3-1-2 muy reconocible en que destacaron jugadores como Tonelli, Rugani, Hysaj, Tavano y Maccarone. Y, sobre todo, las dos piezas claves del esquema, los que hacían jugar al equipo de acuerdo con la idea de Maurizio Sarri: Valdifiori, el regista, y Saponara y Verdi, los trequartiste de la primera y segunda temporada, respectivamente.
Finalmente llegó a la Serie A, nueve años después de haber debutado en Serie B con el Pescara y luego de nueve mil 855 cajetillas de cigarro (son tres cajetillas al día, como mencionó en alguna entrevista). Su adicción incluso le llevó a pedir cigarros a los aficionados durante sus años en el Empoli y, más tarde, a masticar filtros. Ya en primera división, se incorporaron Mario Rui, Piotr Zielinski y Matías Vecino, quienes ayudaron a lograr el objetivo de mantener la categoría en la primera temporada.
La salida de Rafael Benítez al Real Madrid hizo que Aurelio De Laurentiis se fijara en Maurizio Sarri, y así cumplió un sueño. No el de ser central del Napoli, como deseaba de niño, pero sí dirigir a su equipo. Dejó así al Empoli después de tres años, donde aún conservan un muy buen recuerdo suyo. Ya en Nápoles, se convirtió en uno de los mejores entrenadores del mundo, lo que lo llevó después al Chelsea y posteriormente a la Juventus. Ahora, con la Lazio, enfrentará al Empoli por quinta vez desde que salió de dicha institución. Hasta ahora, registra tres victorias y un empate contra su ex equipo, y todos han sido con el Napoli.
Texto escrito por @Gutila5ta.