En uno de los muchos debates mantenidos en Twitter durante la cuarentena provocada por la pandemia, a unos cuantos nos surgió una duda. ¿Se puede formar parte de la superélite del fútbol sin un gran físico o sin un solo rasgo físico de primer nivel? Tenía claro que sí y pensé rápidamente en dos nombres: Sergio Busquets, más allá de sus larguísimas piernas para tapar o robar y, sobre todo, siendo el más claro desde mi punto de vista, Andrea Pirlo. Hay más, pero no se me ocurren casos más llamativos que el del italiano, uno de los mejores centrocampistas del siglo, y que nunca sacó ventaja alguna desde el plano físico, ya fuera por músculo, velocidad, agilidad, elasticidad, cintura, envergadura o resistencia. Nada había en Pirlo a nivel físico con lo que se valiera para imponer su fútbol. Otro caso es Toni Kroos, quien tampoco saca partido de un atributo especial, quizás de esa envergadura alemana, de espalda ancha, para proteger el balón, pero poco más. En cualquier caso, todos ellos son centrocampistas, quienes casualmente más desarrollado tienen el sentido del juego, la toma de decisiones, el primer control y la lectura global de los partidos. Tiene sentido que sean ellos los únicos que puedan ser los mejores sin parecerlo.
Desde este punto de partida es interesante profundizar en dos cuestiones que están relacionadas con ello. La primera es que el componente físico resulta ser un aspecto primordial para la práctica del fútbol de élite, por más que existan excepciones y sin que deba darse más importancia de la que merece cuando se buscan razones de peso relacionadas con ello en una crisis de resultados o el fracaso de un proyecto. La segunda, y la que más nos interesa, es que si la ausencia de un gran físico en un centrocampista se ha mostrado posible, ¿puede esto suceder con un futbolista de otra posición? No parece probable poder triunfar siendo lateral, central, extremo o delantero si no dispones de un físico completo o, por lo menos, ser destacado en un atributo concreto donde apoyarte para competir. Más que nada porque se les ubica sobre el campo para que desequilibren o para detener desequilibrio rival. En el caso de los delanteros encontramos una primera excepción: Mikel Oyarzabal.
Luis Aragonés resaltó en no pocas ocasiones que España tenía un problema de condición física de base en relación a los países de su entorno. Como el fútbol es un juego y no una disciplina deportiva basada en el esfuerzo, como ocurre con otros muchos deportes, esto no era un problema de por sí, pero sí que, a través del balón y con una idea colectiva a la que subordinarse, el triunfo debía venir porque los centrocampistas, además de hablar un idioma totalmente diferente al que hablaban los demás, sacaran ventaja de su corta estatura, velocidad y fluidez en cada gesto o de su capacidad para el giro y la finta. En definitiva, había en las Españas campeonas atributos físicos muy poderosos para llevar la idea a su máximo potencial. Sacaban ventaja de su físico porque no hay duda de que ellos estuvieron antes que la idea y estaban por delante del concepto.
Volviendo al jugador de la Real, puede que hayamos encontrado al primer futbolista atacante habitual de un gran equipo y de una gran selección que no saca partido de ningún atributo físico. Y por ello puede ser el gran producto del fútbol español entendido como una idea, depurado de sus condiciones individuales propiamente físicas. No es especialmente rápido, ni ágil ni potente, tampoco especialmente fuerte aunque aquí sí que sabe chocar y aguantar embestidas; no es muy alto y proporcionalmente es más pesado que fluido, pues no es rápido girando ni su cintura le da salidas fáciles para regatear o recortar. Sin embargo, es un jugador muy profundo, en el sentido literal del juego; también es increíblemente preciso en sus movimientos, iniciándolos y terminándolos a tiempo y espacio perfectos para que la jugada cumpla lo que prometía, porque por encima de todo es un futbolista eminentemente colectivo, vinculado con las dinámicas del juego posicional como mayor arma individual. Es así como ha logrado ser el mejor jugador posible, dependiendo en todo momento de lo que ocurre en el juego y no de lo que él es capaz.
Mientras en las demás grandes ligas marcan la pauta los hombres más rápidos, ágiles, altos y potentes, Oyarzabal se desmarca para ser un aliado de un equipo profundamente marcado por el pasado más reciente, que ya es cultura, del fútbol español. Seguramente Mikel necesite perfiles concretos que lo ayuden a completar todas esas pequeñas grandes cosas que necesita un equipo importante para desbordar y hacer caer a los rivales, pero dentro de 90 minutos siempre hay tiempo para que un hombre como él, dentro de un juego mayormente posicional, marque diferencias sin depender de su cuerpo.