La Fábrica continúa sentando las bases para esculpir talentos únicos temporada tras temporada. Si bien es cierto que la temporada del Real Madrid Castilla había estado marcada, hasta ahora, por la intermitencia e irregularidad de sus mejores jugadores, así como de los encargados de sumar en la rotación, el primer filial blanco ha dado con la tecla para encadenar buenas actuaciones que catapultan las aspiraciones de uno de los elencos más estimulantes de la 1RFEF. Para ello, la eclosión de Rafa Marín en el eje de la zaga ha sido determinante, fortaleciendo la defensa de área, aportando centímetros en el juego aéreo y, a fin de cuentas, erigiéndose como un bastión para Raúl González. El defensa sevillano ha derribado la puerta, y lo ha hecho en un momento decisivo del curso que, a su vez, ha provocado que el conjunto merengue disipe dudas y se reencuentre con su mejor versión.
Sin las condiciones físicas de prodigios como Mario Gila o Pablo Ramón, Rafa Marín ha conseguido consolidarse en el Real Madrid Castilla a través de la defensa de área. En los duelos aéreos, el futbolista andaluz ha emanado como un ganador constante, dando cátedra sobre anticipación y lectura de juego. El primer filial blanco, que había adolecido de contundencia defensiva en momentos clave de la campaña liguera, ha encontrado en los 191 centímetros del zaguero sevillano un elemento competitivo sin precedentes. Una madurez necesaria en una competición tan exigente. Al final, todo se reduce a mirar de tú a tú a los equipos experimentados que conocen a la perfección los entresijos de la categoría. Su alto conocimiento del juego, en la misma línea, ha permitido al RMC adelantar líneas y convertirse en una escuadra menos endeble y vulnerable. Escoltado por la vieja guardia compuesta por Gila y Pablo Ramón, Rafa Marín y su eclosión acaparan focos, miradas -muchas, desde el primer equipo- y halagos, sobre todo por parte de la afición merengue.
Encargado, muchas veces, del trabajo sordo y silencioso, Rafa Marín ha dado con la tecla para mejorar con el paso de los partidos, por complicado que parezca vistas sus prestaciones en los duelos en los que ha iniciado como titular. Su influencia, empañada en algunas ocasiones por la clarividencia de Sergio Arribas, la competitividad de Carlos Dotor o las virguerías de Peter Federico, es altísima. Para tratarse de un defensa central, su impacto en los encuentros roza lo insultante -en el buen sentido de la palabra-. A sus 19 años, cada compromiso lo convierte en un futbolista más maduro. Tranquilidad, poso y seguridad, cuando lo habitual es sentir presión y nerviosismo por la intrínseca necesidad de demostrar, más cuando se trata de un filial. Normalizar la excelencia o, más bien, coquetear cada fin de semana con ella, porque el techo de Rafa, por el momento, se desconoce. Y eso siempre es buena señal. La repercusión de lo que es y el factor sorpresa de lo que puede llegar a ser.
Los tres triunfos consecutivos del Real Madrid Castilla no son casualidad. Desde una visión colectiva y general, responden a un sistema de juego cuya competitividad se ha edificado sobre la defensa de área, la contundencia y la solidez, aspectos en los que el filial blanco no había cumplido las expectativas este curso. No obstante, la irrupción de Rafa Marín, la adaptación de Pablo Ramón al lateral izquierdo y el carácter de Mario Gila han resuelto incógnitas que sobrevolaban en el Estadio Alfredo di Stéfano durante los compases iniciales de la temporada. A corto plazo, el central sevillano deberá seguir creciendo y sumando nuevos recursos para que, con el transcurso de los partidos, se siga hablando de su nivel como una realidad estimulante y, sobre todo, vigente. Porque el fútbol es eso. Presente y futuro. Realidades y sueños. Vivir de qué soy y nunca de qué seré, porque Rafa Marín ya es, y él mismo elegirá qué ser.