En el pasado ha quedado ese tópico que limitaba el análisis de los delanteros a una simple cuota de goles y que, a su vez, se atrevía a desdeñar su aporte al juego colectivo. Si es que peco de iluso y aún sigue vigente, sugiero desecharlo de una vez por todas. Existen delanteros que se benefician del juego colectivo para culminar las acciones y otros que, por el contrario, forman parte de este proceso en favor de que otros finalicen; beneficiarios y benefactores, citando a Juan Manuel Navarrete en su pieza referente al rol del ‘9’ en la selección mexicana.
De este segundo grupo, un poco más selecto, tenemos como máximos estandartes a figuras de la talla de Harry Kane, Roberto Firmino o Karim Benzema. No obstante, guardando todas y cada una de las proporciones, México también cuenta con una lista variada de exponentes, la cual encabeza Raúl Jiménez y que escoltan jugadores como Rogelio Funes Mori, Henry Martín y Alan Pulido, así como Santiago Muñoz en la nueva generación. Todos ellos, jugadores que saben vivir de espaldas a la portería rival, descargar balones, trazar descensos, atraer rivales, propiciar ventajas numéricas, asociarse y, por supuesto, asistir. Sin embargo, en el caso particular de Santiago Giménez, hablamos de un delantero de otra especie.
El atacante de Cruz Azul cumple con el mismo cometido, solo que él lo hace de frente y recorriendo metros a una velocidad que parece no ir de acuerdo con su fisonomía. Ya sea con sus largas conducciones o movimientos sin balón (desmarques de dentro hacia afuera), consigue acaparar la atención de los defensores y generarles espacios a sus compañeros, como si con su gran zancada despejara el camino. Un perfil que no solo escasea en el fútbol mexicano sino en todo el mundo.
Pasó de ser un jugador súper influyente en categorías menores y cuyo físico sacaba cualquier cantidad de ventajas, a uno que, al no poder imponerse como antes, utiliza su movilidad para convertirse en un elemento importante para Cruz Azul y hallar zonas más favorables de remate para encontrarse con las redes. A sus 20 años, todavía es pronto para determinar si lo hace a base de lectura o intuición, pero es un hecho que ataca los espacios con excelente criterio.
Aprender a desacelerar, pulir la conducción, aprovechar su cuerpo en disputas contra defensores, ampliar su repertorio de movimientos en el área y mejorar la ejecución final, son algunos de los rubros sobre los cuales todavía puede trabajar, especialmente en esto último a fin de mantener plena confianza de cara al arco. Pese a ello, sus decisiones suelen ser las óptimas, virtud que refleja su comprensión de las distintas situaciones que le presentan los encuentros.
A decir verdad, prioriza el pase antes que el remate y conserva la calma hasta el último instante, no por nada, hasta septiembre de 2021 sostenía un destacado balance entre goles (12) y asistencias (10) con el cuadro cementero. En términos de producción, participaba en un gol cada 133 minutos de juego.
Para ser de otra especie, hay que tener otros genes. Y ahí, a ‘Santi’ le es imposible no dejar de manifiesto que en sus venas corre sangre proveniente de Buenos Aires y de la Provincia del Chaco, pues más allá de sus cualidades técnicas o tácticas, en el camino a la novena estrella supo contribuir con esa dosis de picardía que tanto le hacía falta a La Máquina para cerrar los partidos importantes.
Los futbolistas cambian, evolucionan y se mudan a diferentes ecosistemas. Hoy, esto es lo que Giménez es capaz de brindar; mañana, quién sabe. Tiene todo para crecer. Y si es en Europa, mejor. Lo que es seguro es que, con esta manera de afrontar sus primeros pasos en primera división, así como otros retos que la vida le ha puesto en el camino, Santiago augura una carrera brillante y, por qué no, también de otra especie.