Durante años, el FC Barcelona acumuló cotas indecentes de talento. El talento es como el dinero, no importa tanto cuánto tengas sino qué haces con él. Así, con un capital inicial más reducido que el de tu vecino, puedes generar más valor en el largo plazo si sabes dónde meterlo. Obviamente partir con n talento base superior siempre te dará ventaja, pero a veces es una ventaja con trampa, un documento don letra pequeña que nadie lee. Lo que empieza como un cuento de hadas termina como una prueba de Saw, un puzle que solo se cierra con un sacrificio y una dolorosa derrota final. El Barça está ante la última prueba, y ya no le queda más sangre que derramar.
Lo más difícil no es ganar, sino volver a hacerlo, sostener la victoria, la cumbre, y cuando caigas de ella no hacerlo demasiado bajo, sino tener un colchón suave sobre el que poder volver a impulsarte. Las grandes historias del mundo del deporte han estado siempre preocupadas por repetir el éxito, conscientes que el deporte es un animal amnésico herido que olvida al instante. Como en Memento, es historia del ganador recordar la gesta, el resto la olvidarán tras el pitido final. Y ahí es donde el Barça emerge como uno de los peores ganadores de este siglo. Un equipo que después de Berlin, tras tocar el cielo, inició una caída que todavía hoy no ha encontrado fin. Y paradójicamente esta caída se ha dado fichando talento. El problema es que el FC Barcelona no entendió en su momento justo, que menos es más, y Bartomeu, como un colono en un país remoto, siguió acaparando sin saber por qué.
En una entrevista, le preguntaron al escritor David Foster Wallace qué haría después de escribir La Broma Infinita, un libro de 1200 páginas que le había llevado años. Tenía 36 años, era un escritor joven y ya había escrito una de las cimas de la literatura moderna. ¿Qué haría? «No lo sé. Tal vez nada. Su siguiente novela se publicó en 2011, 15 años después, y de forma póstuma. Wallace, como tantos otros genios, nos mostró la cara más amarga de la victoria, la que lleva implícita una derrota. Y es que ganar implica perder, pues defender la victoria es, de por sí, una forma irónica de perder. El Barça puede verse reflejado en aquel escritor joven, pero con la diferencia que siempre puede volver a nacer, a reescribir su historia. Ha tenido que esperar a que Messi se fuese para atrever a mirarse al espejo y cuestionarse su pasado.
Así, el Barça juntó a Coutinho y Griezmann en dos ventanas consecutivas, probablemente dos de los mejores en aquel momento, cada uno en un rol que en el Barça no existe o está en desuso. Un segundo punta y un mediapunta en el equipo de Messi, como comprar dos jacuzzis para meterlos donde ya tienes la piscina montada. Lujos que pasaron a encarecer la plantilla, sobrepagarla y devaluarla, porque desde aquel momento se compró el precio final: ninguno de ellos jugaría a su mejor nivel porque, sencillamente, no había espacio para ello. Pero se les pagaría como sí jugasen a ese nivel. Ese era el trato, y el Barça se ahogó. Todos sacaron tajada, y tras tres años de títulos nacionales pero evidentes problemas competitivos, el globo se pinchó con la marcha de Messi. Debajo, un esqueleto lleno de aristas, un cuerpo mutilado.
Ahora el Barça es un Revenant. Un cuerpo mutilado que regresa de su muerte para vengar su pasado. Este es el trabajo de Xavi Hernández y para ello el club está pegando un vuelco radical en la forma de actuar. Por necesidad y, creo, convicción. Ahora importa más ponderar el perfil en pro de un fútbol determinado que coleccionar talento de forma caprichosa. Y se puede revalorizar el olvidado perfil sin renunciar al talento, como es el caso de Ferran Torres. Ahora, por el poco margen de maniobra, el FC Barcelona necesita inmediatez en sus fichajes, jugadores que se adapten sin tiempo de prueba y un lenguaje común. Reconstruir La Torre de Babel.
Xavi ha hecho mucho hincapié en este mes y medio que lleva en el club en la necesidad de «ser una familia». Puede parecer una obviedad, pero realmente es el punto que marca la diferencia. Al fichar por acumulación, al aglutinar talento y jóvenes por explotar, el equipo está dividiendo su estructura en distintos nichos que son difíciles de vehicular. No todos hablan la misma lengua futbolística, y esas asperezas terminaban en una sobredependencia enfermiza de Messi. Sin una estructura, sin un mismo lenguaje, se imponía el idioma universal que suponía Leo. Ya sin ese código, la junta y Xavi están moviéndose para reestructurar ese bache y hacer que todos y cada uno de los jugadores hablen lo mismo. De ahí que haya llegado Ferran y suenen Azpilicueta y Morata.
Dentro de este nuevo proyecto, se deberán empezar a repartir las jerarquías en base a rendimiento y posibilidades. El lenguaje debe ser readaptado a la realidad actual, y ahí se necesita ver qué funciona, cómo y qué camino tomar luego. Es un equipo frágil en jerarquías, con algunas que piden paso a gritos como las de Ansu o Pedri, otras que deben ser relocalizadas, como la de Frenkie, y algunas por testar, pero que van a ir ganando peso (Gavi, Nico, Eric). Xavi deberá equilibrar un equipo descompuesto sin tiempo para hacerlo. Lo más complejo será cohesionar dos mundos distintos, como dos ocasos que se funden en un cielo rimbombante. Los que lo han ganado todo y a la vez han perdido demasiado, y los imberbes, niños sedientos de títulos en un club que dice ser grandioso, pero que no sabe cómo volver a serlo pese a tener la fórmula. Ahí, entre esos dos cuerpos, Xavi deberá construir la Torre de Babel sin despertar la rabia de ningún Dios, sin perder tiempo. Como un Revenant regresado de su propia muerte, un cuerpo reconstruido que busca volver de donde cayó.
Aprender a ganar es difícil, pero aprender a ganar de nuevo lo es todavía más. Lo que un día funcionó no tiene porque servir después. Es un juego macabro, y Xavi deberá acertar.