“La frivolidad es una tentación irresistible”
Paolo Sorrentino (Youth)
Ser de un equipo significa hipotecar el alma hasta el último de tus días. A través de él descubrimos a qué sabe una victoria, cómo suena la felicidad, el silencio en los presuntos fracasos. Nuestro grado de implicación en la grada, o en el sofá, es el que le pedimos a nuestros futbolistas; aquel conglomerado inefable que se desplaza entre intensidad y garra y querer que besen el escudo tras cada gol. Les exigimos reciprocidad, una respuesta desde el otro lado. Pero hay jugadores que escapan a cualquier tipo de razón. Ousmane Dembélé es uno de ellos: un futbolista fuera del sistema.
Bansky es un artista anónimo que dibuja sus obras en callejones de Nueva York, París o Londres. Nadie sabe quién es. Dembélé lleva cinco años en el Camp Nou y ni siquiera podemos intuir qué es. Ambos son un conjunto de interrogantes. Por mucho que les vistamos de literatura o de hipótesis, pueden existir tantos Banskys y Dembélés como ideas sobre ellos seamos capaces de generar. Solo son y serán etiquetas, desde genios incomprendidos a artistas pretenciosos. El francés es un futbolista divertidísimo, porque enamora a la vez que desespera. Es entretenimiento. Pero para quien no entiende el fútbol como un simple pasatiempos, los que hipotecan su alma -como también sucede en el amor-, todo se vuelve más complicado.
“El míster me dice que encare y yo encaro”, dijo Abde tras el partido en El Sadar. Detrás de toda la mofa que surgió está lo que busca Xavi en sus extremos. Les simplifica el modo de ver el fútbol, les pincha en banda y les hace viajar a la niñez, cuando todos éramos peloteros. Xavi busca regateadores en las bandas, el lateral corto a su espalda les hace de red, preparan la pérdida. Su mensaje sobre Dembélé en la primera rueda de prensa –“puede llegar a ser uno de los mejores del mundo en su posición”– era una realidad. Las mejores versiones de Ousmane han llegado en momentos de anarquía, cuando el corazón le gana la batalla a la cabeza. En el marco mental que construimos, decidimos que el once titular son elegidos y que los suplentes restan en el olvido. Y apelando al vocabulario NBA, Dembélé sería el mejor sexto hombre del mundo. Claro está que, debido a la jerarquía monetaria y los recursos de los que dispone Xavi, a Dembélé no se le puede encasillar en game changer desde el banquillo. Solo en un mundo ideal.
El fútbol de Dembélé entra por los ojos. Es una sacudida a las trenzas de pases, se aletarga en el tiki-taka. El Barça de Xavi es un equipo, aún, vertical. Tiene en Memphis la estructura por la que se sostiene en salida, activando el tercer hombre, y en los cuadrados entre central y lateral la posición de un interior que evoluciona a segunda punta. Por pueril e inexperto, lanzar el balón en largo siempre le resulta más fácil que guardarlo, retenerlo y ser atrevido cuando el pase sea más claro. Pecados de juventud. Benditos pecados, bendita juventud. Tanto la propuesta de Xavi como quienes le rodean son, en clave Dembélé, pólvora sobre pólvora. El francés es la carta de la posverdad que siempre ha jugado el FIFA. El videojuego extorsiona la realidad de algunos futbolistas. En el mundo virtual es una estrella porque sus condiciones son extraordinarias y las decisiones las toma quien posee el mando. El problema está en que cuando surfea el mar verde nos convierte en espectadores. Y allí desprende la sensación de tener que vivir con el pesar del don que le ha tocado. Esconden su alma en algún lugar recóndito y desconciertan a los que pedían garra, intensidad y besar el escudo.
Si Dembélé hubiese sido el protagonista de La mano de Dios, Sorrentino no hubiera hecho la película. Porque Dembélé es un personaje hueco que rellenamos con nuestras ideas. En un mundo de guerras, Ousmane es el chico que lanza un ramo de flores, un graffitero en el Louvre. Ha vestido de cliffhanger cada lesión, nos ha hecho pensar en el futbolista que podría llegar a ser y no en lo que realmente es. Como si hubiera detenido el tiempo. Al otro lado del muro están las lesiones, la falta de jerarquía y una comprensión del juego nula. ¿Qué es Dembélé? ¿Qué llegará a ser? Quizá un futbolista de chispazos. O puede que un martilleo constante. Las hipótesis son la base de todo; la incertidumbre, la que nos hace vivir.