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El exilio futbolístico es un pozo complicado de eludir en solitario. Asumir una relajación, entenderse sin contexto o convertirse en una pieza con poca determinación son varios de los puntos comunes que han compartido recientemente nuestros dos protagonistas: tanto el Everton, institución histórica relegada a cualquier cosa; como James Rodríguez, elemento diferencial en el Santiago Bernabéu, y a su vez sin posición ni espacio en el Real Madrid actual. En este sentido, la sinergia que pretende (y parece haber logrado) generar Carlo Ancelotti está sirviendo de encaje lógico para rescatar lo mejor de cada cual.

El Everton de Ancelotti a principios de la temporada 2020/21 responde a un baile constante entre el 4-3-3 y el 4-4-2, con James ejerciendo de comodín y moviéndose entre la banda (inicio de jugada) y posiciones internas (continuación y finalización). En los primeros pases, los laterales permanecen bajos y los interiores están en constante movimiento, apoyando y estirando para vaciarle la base a Allan y que éste goce del tiempo y espacio suficiente para que el equipo pueda asentarse con balón sin presiones cercanas. Mientras tanto, los teóricos extremos (James por derecha y Richarlison por izquierda), quedan completamente pegados a la línea de banda. Cuando la jugada progresa, no obstante, estos dos últimos interiorizan sus respectivas posiciones y, mientras el brasileño acompaña a Calvert-Lewin en la punta de ataque, el colombiano apoya como enganche allá donde quiera que se desarrolle la jugada.

Así, en este marco, el primer contacto con balón que suma James es casi siempre desde una posición abierta, de espaldas, a expensas de ver la agresividad con que le entra su par (lateral rival) para dar continuidad a la jugada de una forma u otra. Si la marca es agresiva y le impide el giro, el resultado es siempre una devolución de primeras sobre lateral o central propio (reinicio de jugada). En cambio, si su par le regala metros para que se acomode, James buscará en esta fase ver el juego de forma horizontal, con un campo de visión altísimo que le permita activar todos los recursos que potencian su fútbol desde el costado derecho: cambio de orientación sobre lado débil (Richarlison en izquierda), centro cerrado al segundo palo, movimiento fuera-dentro en conducción o relación con apoyos cercanos.

En este sentido, una de las asociaciones más ricas del Everton a comienzos de esta temporada ha sido el triángulo formado por Doucouré (interior derecho), Coleman (lateral) y James (extremo-enganche). En fase de inicio es el lateral quien generalmente permanece en la base del triángulo, mientras que el francés es el encargado de equilibrar el sistema en función del movimiento de sus compañeros (normalmente suele depender del que ejecute James). Si el colombiano permanece abierto y Coleman en la base, Doucouré estira como vértice izquierdo avanzando por intermedias. Si James interioriza su posición, entonces el francés la exterioriza un tanto para compensar. Si, en cambio, la jugada avanza y el Everton se asienta, es Coleman quien permanece abierto a banda con Doucouré lateralizado o acompañando al irlandés en la base de ese mismo sector, en todo caso compartiendo el carril intermedio con James, con más vuelo.

Con todo y esto, el Everton bebe ahora de los nuevos roles de sus interiores, de la progresiva mejoría de Calvert-Lewin en el juego aéreo, de la figura de Allan, de los rendimientos de sus laterales… Pero, sobre todo, de un James Rodríguez cuyas virtudes no solo han sido encuadradas, sino también potenciadas dentro del cuadro Toffee. La voluntad de tener el balón en este nuevo ecosistema únicamente se ve superada en importancia por la forma en que se tiene. De ahí que la figura diferente (y diferencial) del colombiano cobre un matiz diferente en este renovado proyecto de Carlo Ancelotti.

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Manu Escuder
Periodista, analista y scout. Formando y formándome. También escribo en Revista Panenka.

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