Vanguardia, historia, legado y futuro: la etapa de Inzaghi en el Inter de Milán

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Socialmente, pero también futbolísticamente, pues son dos cuestiones que van agarradas de la mano, ningún país en el mundo está tan obsesionado con escapar de su perecedero presente como Italia, agarrándose para ello a la majestuosidad alcanzada durante los años de plenitud. Ejemplos hay para aburrirse, mismamente en el otro club de la ciudad de Milán, pero el Inter, preso de la gloria alcanzada durante la etapa de Helenio Herrera en el siglo XX, llevaba ya demasiados años sabiendo que estaban por debajo de lo esperable para una institución de su calibre. Ni siquiera el brillante triplete alcanzado en 2010 de la mano de José Mourinho les había permitido reclamar su lugar en la aristocracia europea. En una liga sin capacidad financiera para competir de tú a tú con los grandes clubes del continente, su única salvación se encontraba en la vanguardia metodológica.

Y la respuesta, como en tantos otros lugares, fue Antonio Conte. Un trampantojo, pues inevitablemente sube hasta el infinito el techo competitivo de cualquier equipo que entrene, pero con el peligro, tras una salida precipitada, de quedarse en una tierra de nadie. Conte construye equipos increíbles, su herencia informe y confusa, pero no proyectos a futuro. Llegó a Milán, acabó con la tiranía nacional de una Juventus que parecía imbatible y se marchó. Su sucesor tendría que navegar las peligrosas aguas de responder a las expectativas.

Simone Inzaghi, siempre a la sombra de su hermano Filippo en su carrera como jugador, asumiría dicha tarea. No llegó de la nada, pues su trabajo durante años en la Lazio, cimentado a partir de un 5-3-2 en bloque medio, capacidad para cerrar carriles internos, orientar al rival hacia fuera, una sólida defensa de área y un delantero que les permitía salir como Ciro Immobile los llevó hasta cuotas que la entidad romanista no ha vuelto a vivir desde su adiós. Una Coppa Italia y una liga, la 19/20, en la que finalizaron a cinco puntos del campeón, desinflados en la etapa final tras el parón de meses debido a la pandemia (qué gigantesco constructor de what ifs ha sido ese suceso).

Sea como fuere, Inzaghi llegó a Milán y supo equilibrar la continuidad del estilo de Conte: esquema en 5-3-2, combinando presiones altas al hombre en reinicios con un bloque medio que va lanzando encajes por sector, preferencia por salidas elaboradas involucrando mucho al portero en las mismas, flexibilidad posicional, mecanismos para salir en largo y recoger segunda jugada… pero a su vez introduciendo sus propias variantes, como lograr una reconversión total en la figura de Hakan Çalhanoglu –de mediopunta de golpeo providencial pero toques escasos, a uno de los mejores mediocentros de Europa y por quien pasa la totalidad del juego–, o sustituir la potencia de Achraf Hakimi en la banda derecha con un Dumfries a quien ha convertido en uno de los grandes carrileros llegadores del continente.

A nivel colectivo, en esta etapa futbolística donde se están soltando las ataduras, en este momento tan apabullante y lleno de posibilidades, su Inter ha sido uno de los grandes exponentes del fútbol líquido, alérgico al formalismo, donde las posiciones se convierten en un mero número sobre el papel que no se corresponde con lo que posteriormente se dibuja sobre el césped. A saber, su Inter ha tenido secuencias en reinicios con dos centrocampistas recibiendo en el área pequeña del portero mientras sus centrales estiran por delante, carrileros que compensan descensos fijando a los centrales rivales o llegando al punto de penalti, una retroalimentación total entre sus centrocampistas, o una figura, la de Alessandro Bastoni, que era un organizador y conector vestido de defensa central, con libertad total para avanzarse e integrarse en los circuitos asociativos, ya sea por fuera o por dentro, alternando carriles.

Inzaghi ha ido viendo a jugadores desfilar y se ha ido adaptando a las circunstancias, desde esa versión más directa que llegó a la final de Estambul, posibilitada por un portero de posibilidades infinitas en el juego de pies como es André Onana y un delantero referencia descargando juego directo, en la figura de Edin Dzeko, a la versión más contragolpeadora que se ha visto esta temporada, aupada por las estampidas a campo abierto de Denzel Dumfries o Marcus Thuram, con Lautaro enganchando y las piernas de Dimarco o Bastoni para lanzar.

Inevitablemente, llegados a este punto, cabe echar la vista atrás y preguntarse qué ha pasado para que este Inter, que durante la temporada pasada llevó a algunos periodistas italianos a preguntarse sobre el estrado si era el mejor equipo italiano que habían visto en sus carreras, ‘apenas’ ha logrado una de las últimas cuatro Serie A, derrotada por plantillas que no parecían capaces de dicho objetivo como el AC Milan de la 21/22 o el Napoli de esta misma temporada, entrenado, sí, por Antonio Conte. A nivel europeo, dos finales de Champions en tres años –con una eliminación en penaltis en el año intermedio–, no es de ninguna manera un mal bagaje para un equipo que apenas había logrado llegar a una final en los cincuenta años anteriores, pero, más allá de que la gloria, ese pasito final, se les haya escurrido entre los dedos, este 5-0 final en Múnich, como epitafio de un ciclo, deja una herida que será difícil cerrar. “El mandato de cuatro años de Simone Inzaghi se presta a la polarización, a la amarga división entre quienes creen que el entrenador llevó al Inter más allá de sus límites y quienes piensan que desaprovechó demasiadas oportunidades. Creemos que el arrepentimiento es el sentimiento predominante; el Inter de Inzaghi ha sido una asignatura pendiente. La segunda estrella no compensa ni borra la vergüenza del histórico 5-0 en Múnich”, comentaba esta semana el periodista Sebastián Vernazza en La Gazzetta dello Sport.

“El Inter tiene su propia historia y alma, como todos los grandes clubes. Las derrotas rotundas y los maravillosos renacimientos forman parte de la identidad nerazzurri: también sabrá salir de esta difícil situación en la que se vio repentinamente”, afirma Stefano Barigelli en otra pieza. Y, efectivamente, el Inter volverá, aunque cabe preguntarse cuándo será eso y si ocurrirá con este grupo que, parece, ya ha jugado sus mejores partidos juntos, aunque no debe pasarse por alto que parte del legado de Inzaghi también ha sido el de convertir a Bastoni, Barella o Lautaro en tres de los mejores jugadores del planeta.

Una última experiencia, la de Múnich, que no sirve para poner en valor lo que ha sido este ciclo, pero que no podría haberse dado en otro sitio que en Italia. Un país que, a la vez que vive preso de la nostalgia, convive como ningún otro con la tragicomedia de sus actos. Porque puestos a echar de menos, hay que echar de menos lo bueno y lo malo.

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Hugo Marugan
Fútbol. Para disfrutarlo, para aprender y para contarlo.

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