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El fútbol es la lucha constante entre perspectiva, expectativa y realidad. La última de estas tiende a mancharse por la inversión emocional que supone sentir unos colores: de abrazos y gritos al cielo a desespero y rabia. Los estadios -y las redes- son el contenedor donde se tocan los extremos y donde perspectiva y realidad son los aspectos por los que terminamos construyendo un futbolista. Vinicius Jr es el mejor ejemplo de eso: fuego y agua, cielo e infierno. Su descripción como jugador siempre ha viajado entre realidades completamente paralelas. 

Lo mejor de Vinicius es que vive en el mismo estado mental, no titubea sea cual sea la versión que ofrezca su fútbol. A cada jugada, a cada toque, sea bueno o malo, se sitúa ante un constante ejercicio de resistencia y resiliencia. En su cabeza nunca ha cambiado el plan: se crece ante el fallo y ante el acierto. De los traumas del pasado, aquella efervescencia dentro del área, ha nacido un nuevo futbolista. Vini sigue respondiendo igual a las preguntas, pero ahora acierta más. El cambio más grande ha llegado en la zona del juicio, ante la portería. El brasileño está marcando más de lo que debería, la diferencia entre los goles anotados y los goles esperados es de +3.4. Un universo de diferencia ante su Liga 20/21, en la que terminó en -3.5. Teniendo la misma forma que el Vinicius de la temporada pasada, es el delantero que más distancia avanza con el balón de las cinco grandes ligas europeas y el segundo que más veces entra en conducción al último tercio de campo y al área. Esto se traduce con una vía directa para que el Real Madrid asalte la fortaleza rival, martilleándole. Ancelotti sabe encontrarle en el pase directo desde Alaba o Kroos con el corte del lateral izquierdo a zona interior, que vacía toda la zona.

Su entorno sabe que encontrar a Vinicius supone simplificar los ataques. El brasileño es el segundo delantero que más pases recibe de La Liga, solo por detrás de Memphis Depay. Sabiéndose titular del Madrid ya no le hace falta highlightear en cada jugada, pese a que su corazón le incite a ello. Ha ganado un punto de pausa entre los bombardeos que son sus ataques. También es el cuarto jugador de las cinco grandes ligas que más toca el balón en el último tercio de campo. Sus toques no son los más limpios, no son siempre puros. Sus gestos a veces parecen a estar por encima de sus posibilidades, aunque el valor de su regate es incalculable. En un periodo en el que la gambeta decae, Vini lo exalta. Es el octavo jugador de Europa que más regates ha completado y el segundo que más ha intentado. Es un terremoto. Si la prueba de paternidad del atacante brasileño es el regate, Vini no deja lugar a dudas. 

El Madrid en fase de emergencia se sostiene en Courtois, Vinicius y Benzema. Los delanteros son tan antónimos como complementarios. En un Real a veces pasivo, con pies de barro, su impacto se multiplica. Mientras que Karim se deshace del significado de su dorsal, Vini se siente con el diez a su espalda: con licencia para todo. El verdadero Vinicius vive entre la realidad y expectativa de unos y otros. El debate nació del deseo de querer proyectar en el brasileño un talento mundial cuando aún estaba en fase de gestación. Los contrariados se quedaron a vivir en aquellos tiempos para desprestigiarlo. Inalcanzables vestidos de posibles para unos. Muros a la realidad para dilapidar el presente para otros. Y mientras viven de espaldas a lo que ambos bandos quieren que sea, Vinicius no existe.

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