El jugador se inventa la estructura, y no es la estructura quien se inventa al jugador. Tan simple como complicado. Por esto el talento siempre ha de ir por delante de cualquier modelo: el segundo no podría vivir sin el primero, algo que sí podría ocurrir al contrario. Por esto, comprender al individuo para darle sentido al colectivo es crucial en cualquier análisis futbolístico. “Háblame de nombres, no de números”, que decía aquél. Por esto, al analizar al jovencísimo Warren Zaïre-Emery (2006, PSG), el protagonista de nuestro artículo, el don va por delante del rol: el bueno lo es en todas partes.
Porque en los campos de barro no existen estructuras, sistemas y modelos, y raro sería que Zaïre-Emery no hubiera pasado la mayor parte de su infancia jugando pachangas de este tipo. Por esto es -¡ya!- futbolista profesional. Por talento, y no por estructura.
En general, Zaïre-Emery es un jugador con un enorme talento para transportar balones de forma vertical, tanto en conducción como, en menor medida, a través de pases tensos. Es un jugador atrevido, un prodigio a nivel físico, técnico e interpretativo para la edad que atesora. Desde la base, en primera-segunda altura, el francés es un medio con una gran capacidad de giro, que lee bien los espacios como primera línea de pase interior y que esconde una gran agilidad tanto para ponerse de cara como para salir de espacios reducidos. No es, en todo caso, un medio de carácter posicional. Su habilidad para conducir y superar líneas rivales por su propio pie, cambiando ritmos y siendo dinámico en sus fantásticos primeros controles, lo convierte en un centrocampista que puede aparecer e influir casi a cualquier altura del campo.
Por otra parte, a nivel de fluidez participando en las circulaciones de equipo, Zaïre-Emery esconde un gran potencial también. No solo por su atrevimiento, sino por su frescura a la hora de decidir. Primero, recibiendo a espaldas de acoso, es un jugador que destaca tanto por su lectura para liberarse de marca como por su notable orientación del primer control: seguro en ocasiones, pero vertical y atrevido en otras tantas. Propio del desparpajo de un talento puro, que además tiene el don de ser efectivo. Y esta misma soltura es la que muestra también en la relación con cercanos. No precisa de una “correcta” orientación corporal para estar bien coordinado, sino que tiene ese puntito de inocencia positiva que lo lleva a tomar decisiones arriesgadas con un alto porcentaje de acierto.
En cuanto a su habilidad para batir líneas rivales, Zaïre-Emery es un jugador que destaca principalmente por sus conducciones y los cambios de ritmo que les imprime a estas, siendo un jugador con pegamento en las botas y que tiene gestos propios de un extremo vertical. Su capacidad para acelerar y decelerar, para ganar metros por su propio pie, e incluso para salir airoso de acciones que le obligan a ser vertical, son seguramente uno de sus bienes más preciados. En este sentido, sus actuaciones en el pasado Europeo sub-17 de mayo, donde Francia se proclamó campeona, lo puso en el punto de mira europeo, consagrándose como el mejor jugador del torneo: no tardaría ni dos meses en debutar en el PSG de Neymar, Messi y Mbappé.
El fútbol no entiende tampoco de edades, pero sí de talento. Por esto, algo tan llamativo como repetitivo en el deporte actual, como lo es un debut profesional a tan precoz edad (16 años recién cumplidos), es cada día menos sorprendente. Y el francés lo hizo este mismo verano tal y como se asientan las estrellas: apestando a promesa dominante desde el primer día, sin amilanarse ni dejándose ver superado por el contexto. Con imperfecciones propias de su edad, por mucho que hablar de “perfecciones” en el fútbol suponga hablar de ilusiones.
Pero con soltura y atrevimiento, en definitiva, rindiendo pleitesía a uno de los tópicos más acertados en el fútbol: “los buenos se hacen muy buenos con los mejores”. Zaïre-Emery lo tiene todo para ser un excelente jugador. Ahora: ¿será de los buenos, de los muy buenos o de los mejores? Solus tempus narrabo.