Lo que constituía un escenario idílico para disipar dudas y resituar a un club dañado por su pasado en Europa, resultó en la más cruel de las realidades. Aquello destinado a aparecer de algún modo u otro de forma irremediable. Seguramente en el momento de mayor expectativa tras lo acontecido en verano, el golpe pareció derrumbar lo edificado. El FC Barcelona volvió a ser él, uno necesitado de más cosas de las que Europa tiende a permitir. Uno que, lejos de olvidar y aprender de su historia, busca omitirla y avanzar a toda cosa, en vez de superarla.
Con la ansiedad de remontar un presunto marcador adverso en el 89’, el FC Barcelona disputó, prácticamente la totalidad del partido, como si así fuera. Se reunieron los fantasmas del pasado para derrotarlos todos de golpe, y un Barça profundamente amnésico se olvidó de vencer a un solo rival. Todo aquello aunado durante difíciles noches europeas, salió el miércoles en un encuentro que, por encima de todo, demandaba medir los tiempos y saber cuándo y cómo. Pero sobre todo cuándo. Demandaba sosiego. Más allá del juego, la psicología que nunca ha tenido un equipo arrastrado por el caudal. La celebración del banquillo culé en el 1–0 como muestra de la sobrepresión del momento y la no simplificación a lo que era, un partido de fase de grupos de la UEFA Champions League. Por euforia que hubiera, denotó la forma en la que se vivió un escenario muy por encima de lo que realmente conllevaba. Y resultó perjudicial.
Lo visto en el Camp Nou escapa de un posible acierto en el planteamiento inicial, pues este equipo, comprendido como un colectivo, cuenta con deficiencias graves en su desarrollo y aplicación del modelo de juego. Xavi fijó a interiores (Pedri y Gavi) sensiblemente altos con tal de favorecer situaciones ventajosas en amplitud y atraer saltos de centrales, ordenó a Sergi Roberto atacar con asiduidad el intervalo entre central — carrilero… (muy Manchester City), pero la ausencia de aquello más básico priva de cualquier complejidad. El quiero y no puedo persistente. La evidencia nos subraya que el partido era otro. El que imaginó Xavi contaba con Ronald Araujo, Jules Koundé y un Sergio Busquets óptimo físicamente. Mantuvo un plan insostenible a sabiendas de que el desenlace contenía un alto porcentaje opcional de ser fatal, y aún entendiendo el riesgo como un factor positivo en busca de resultados distintos a los ya obtenidos, aquello tuvo mayor semejanza con una fría y peticionada eutanasia. La rigidez que todo lo pudo. La inflexibilidad que todo lo derrumbó.
Atacar mal conlleva defender peor, y el Barça acumuló tal cantidad de jugadores por delante de balón que, además de exigir esfuerzos sobrenaturales a sus interiores para recuperar terreno tras pérdida, ejecutó una presión tras la misma verdaderamente paupérrima. Bajo un posicionamiento pobre y espacios siderales entre líneas, cada transición defensiva del Inter era agónica, fuera por carriles exteriores, por centrales o incluso atrayendo saltos en su frontal del área para progresar mediante apoyos de sus puntas. Vigilancias ofensivas inexistentes, y metros y más metros por recorrer que, de haber cuidado cada una de las fases de posesión, hubiera sido muy distinto. Una cosa llevó a ejecutar mucho peor la otra. Y es que el fútbol todo lo conecta.
Por sabido que sea no deja de impactar lo poco Xavi Hernández jugador que es su Barça como entrenador. Diametralmente opuestos, diría. Hasta el punto que Xavi jugador tendría verdaderos problemas para encontrar su sitio y cierta comodidad. Conveniente es el debate que plantea si es causante de su intencionalidad que se tienda a una verticalidad, a veces, desmesurada y que rompe encuentros (los cuales el Barça no está preparado para afrontar), o hablamos de una incapacidad para plasmar aquello que busca. Ambas opciones invitan a la preocupación. Su Barça tiende a un ímprobo vértigo, y a contar con altísimas cuotas de juego sobre sus extremos, pero la verdadera cuestión es si ha indagado en que así fuera, o simplemente la inercia y el descontrol de la situación han desembocado en ello. Ousmane Dembélé entendido como la inevitable anarquía a la que recurrir, jamás el discurso sobre el que edificar, aunque un colectivo exhausto, de forma impotente, atisbe lo contrario.
Resulta difícil, y con toda probabilidad también injusto, hacer un ejercicio conclusivo a estas alturas de curso. El fútbol es cambiante, y puede reducirse a aquello que eleva proyectos a su máxima oferta productiva, «dar con la tecla», pero la evidencia vislumbra a un Xavi alejado de las demandas del FC Barcelona, cuyo conjunto se encuentra atrapado en una pizarra omnisciente, una de naturaleza teórica. El técnico catalán deja entrever que (aún) no está preparado. Requiere de un tiempo que la presente situación financiera del club difícilmente puede brindarle, más allá de que todo margen temporal en busca de una evolución en el medio/largo plazo deba ir acompañada de ciertos indicios de que así será. Y mientras tanto, una prueba que llegó antes de lo previsto. Europa como cuna de un recorrido aún por trazar, aunque cuando pudieron proyectarse luces a la vista de una nueva oportunidad de romper lances con el pasado, los conocidos traumas de antaño. Aquel lastre atado y corrosivo. Y lo que pudo, no debió. Pareció hecho adrede.