El fútbol es volátil. Cambiante. Impredecible. Aferrarse al presente garantiza únicamente su gozo, aun sabiendo que el mañana es incierto, y el ayer irrecuperable. El aficionado medio recurre con demasiada facilidad a su tendencia natural de adoptar el ‘ahora’ como algo incesante. Si se gana, el futuro contiene luces y éxito. Si se empata, incertidumbre y el día gris. Si se pierde, la oscuridad y la obligación de tomar decisiones precipitadas. La perspectiva no suele ir más allá de la sensación de que un día puede terminar con varios meses. Y ni el campeón gesta su trono en unas míseras horas, ni el derrotado cae herido durante las mismas. Esta simplificación es tan peligrosa como errónea.
Entender la longevidad de un proyecto requiere de una perspectiva global. Comprender que hay una serie de etapas a recorrer, y solamente el desarrollo de los protagonistas pueden acotar los tempos. El objetivo del Arsenal respecto a la temporada pasada no ha cambiado desde el plano de proyecto. Recuperar la presencia habitual en Champions League volvía a situarse como eje estructural, y solamente un rendimiento muy por encima de lo conjeturado podía redefinir los objetivos del curso. Y lo que, en un principio, parece ser la recuperación del top 4 en Premier League, puede convertirse en la persecución del título tras varios años. Lo que a su vez no significa, en absoluto, que la no consecución del mismo, por A o por B, denote la incapacidad del proyecto para progresar adecuadamente, sino la importancia de respetar las etapas más allá de ilusiones.
El ser humano existe en tanto en cuanto sus emociones dirigen varias de sus decisiones. Racionalmente, comprendemos lo que emocionalmente, quizás, ya hemos ejecutado y no podemos rectificar. En ese orden preferencial se encuentra la peligrosidad de creer que el equipo ‘cae’ de donde, quizás, nunca llegó a estar, y esto va mucho más allá de poder o no poder levantar el trofeo en mayo. ‘What is more important, the journey or the destination?’ (¿Qué es más importante, el viaje o el destino?), preguntó Arteta a sus jugadores antes de saltar al Emirates… y es que siendo la estación final aquello que conmueve a un vestuario, solamente es el trayecto hacia esta lo que puede precederla de sus buenos y coherentes pasos.
Fracaso. Aquel término que acuñamos con tantísima facilidad y que, consecuentemente, terminamos por vaciar de significado. Sin ir más lejos, hace unas pocas semanas, cuando el equipo dejaba entrever su poderosa capacidad para luchar por el título, le comenté a un buen amigo lo siguiente: «Hay gente que tildará de fracaso si el Arsenal no termina ganándola [la Premier League]». A los pocos días, ciertos medios de comunicación planteaban la posibilidad, y con ello… varios aficionados. Comprendemos el éxito como una obligación, empezando por no entender el significado de la propia palabra. O blanco o negro. Héroes o villanos. Tanta capacidad no equivale a la garantizada consecución de una meta. Afortunadamente, en el fútbol, 1 + 1 no tienen por qué sumar 2.
El presente del Arsenal, muy probablemente, necesite de una brillantez apabullante para vencer, y no necesariamente de forma holgada. Muchas cosas deben funcionar para ser capaz de ganar. Resulta imprescindible convencer para vencer, pero su rival más directo, el Manchester City, vence sin el objetivo de convencer, sino sabiendo que ya ha convencido de que sabe vencer. Psicológicamente, Pep ya ha preparado un escenario en el que todo aquello que le ha elevado a la excelencia, ahora requiere de una traducción a lo oportuno. Son muchos los aprendizajes por lo que ha estado inmerso y que el equipo de Arteta aún pende de recorrer. Seguramente Guardiola esté haciendo de la Premier su Champions League particular, y todo aquello que siempre ha percibido en ausencia, ahora prima para cerrar el círculo de una vez por todas, y en medio de ese ensayo, el Arsenal a merced de su propio proceso, aunque solamente el tiempo lo separa del paraíso.