El mejor fútbol será siempre el de barrio, sin tediosas leyes que interrumpan ni técnicos que obliguen o prohíban. Sin burocracia ni más límites de los pactados previamente. No existe fórmula secreta para potenciar el talento, pero si la hubiera estaría escondida bajo las mochilas que improvisan una cancha en medio del parque. Solo enamorándose del juego se aprende a jugar. Yéremy Pino (2002), que de todo esto sabrá un rato largo, tiene el plus de ser canario. Descarado, atrevido, con un gen que se acerca demasiado al del brasileño gambeteador. Además, llegando con edad de cadete a una de las mejores escuelas formativas del país, el chico lo tenía todo para llegar a la élite. Solo hace falta echar un vistazo a su pasado para entender su presente y adivinar su futuro.
El relato de Yéremy Pino narra la historia de otro talento precoz criado en la placita, moldeado con cautela y ya preparado, con solo 18 años, para formar parte del relevo generacional que tanto se le ha exigido a la Selección Española en la última década. «Es demasiado pronto», dirán unos. «Es demasiado bueno», responderán los otros. Los dos tendrán razón, pero lo que prevalece es siempre lo segundo. Porque el físico y la técnica que atesora podrían dictar sentencia: es tan ágil y explosivo como el mejor de los extremos; pero es en su cabeza donde se encuentra la nota diferente: su insolencia sobre el verde es la misma ahora que hace dos años, cuando apenas sumaba 16 inviernos y bailaba a futbolistas de la Tercera División de España que le doblaban en edad y experiencia.
El caso es que Yéremy es una navaja multiusos dentro del campo. En etapas anteriores aprendió a jugar de futbolista, no de extremo, y esto le abre un mundo de posibilidades en el fútbol profesional. Sin ir más lejos, en su primer año con Pere Martí en el Villarreal C tuvo más protagonismo como delantero que partiendo de banda. Giraba entre líneas, leía los espacios con soltura, sus toques de espaldas generaban ventajas constantes. Estaba claramente por encima de la competición. Y, claro, el canario no deja de ser un pájaro al que no se le puede limitar el canto. Necesita expresarse. Hubiera sido un delito robarle esa libertad para bajar y recibir, para caer a banda y encarar, para ser resolutivo en cada acción de desborde. Al juvenil se le permitió volver al parque. En menos de dos meses, y sin haber pasado por el Villarreal B, Unai Emery le llamaría para debutar con el primer equipo en UEFA Europa League.
Por estilo, el Yéremy Pino actual tiene mucho que ver con el de hace un año. Su identidad se mantiene a pesar del salto que existe entre Tercera División y LaLiga, lo cual habla maravillas de su personalidad. Posicionalmente, no obstante, la zona del ariete solo la ha tocado en tres ocasiones (dejando grandes sensaciones, ojo), porque con Unai Emery ha jugado la mayor parte del tiempo en banda, donde Yéremy es más Yéremy que nunca. Recibe y te la muestra para luego esconderla y cambiarte el ritmo. Tiene pausa, temporiza y levanta la cabeza para salir de banda. Es eléctrico, pero también racional. Tiene éxito en el 1v1, pero se precipita poco. Y lógicamente reúne condiciones para ser mucho más y bastante mejor de lo que ya es hoy.
Pero, en todo caso, Yéremy no deja de ser un extremo izquierdo que poco a poco va disfrutando más de la banda derecha, aunque difícilmente se encontrará más cómodo aquí que allá. A pierna cambiada es más incisivo, más agresivo en sus diagonales, con la posibilidad de ser más productivo de cara a puerta. Sus recortes o cambios de ritmo en zonas clave llegan a condicionar al bloque rival. Todo esto como mínimo. En banda derecha, que es donde viene jugando recientemente, es algo menos canario que en izquierda. Es más español, algo más posicional. Aquí temporiza más en busca de un apoyo porque no tiene del todo desarrollada la mentalidad del extremo a pie natural, aunque si le das un palmo de más te desborda igualmente.
En ambos lados, no obstante, su cambio de ritmo es decisivo. No cuando crece de repente, sino cuando frena en seco. Frena, acelera, recorta, vuelve a frenar y ya te tiene detrás. Tiene más calle que el asfalto y más plaza que cualquier columpio. Su perfil, asimismo, se asemeja bastante al de Antony Santos, extremo brasileño del Ajax: no tanto por el volumen de desborde, sino por la esencia vertical, su capacidad para improvisar en espacios reducidos y su facilidad para salir de banda levantando la cabeza y combinando con apoyos. Antony y Yéremy son siempre los dos primeros fichajes que se hacen en las pachangas de barrio. Dos nombres a la altura de sus identidades.