Perú está en semifinales de Copa América. Lo ha hecho en Goiânia y, quizás, en el duelo más entretenido de la presente edición del torneo —por intensidad de juego e incertidumbre del marcador final— ante un compilado paraguayo menoscabado por el vacío emocional y de creatividad que suponía la ausencia del lesionado Miguel Almirón, además de la temprana expulsión del capitán Gustavo Gómez. En el partido pesó, una vez más, tanto la superioridad estética de las intervenciones de Yoshimar Yotún en la base de la jugada peruana como las de Gianluca Lapadula cerca del área paraguaya. Los de Ricardo Gareca sufrieron ciertas desatenciones defensivas producto de la ansiedad y el nerviosismo de los minutos finales, pero los hombres de Eduardo Berizzo fueron penalizados en la tanda de penales.
Yoshimar Yotún hace honores al término futbolista completo. Mediante su inteligencia, técnica y capacidad asociativa está demostrando esta Copa América que su trascendencia en la gestación de los primeros pases de la selección de Ricardo Gareca es mayúscula. Volante perspicaz, refinado y pacífico con balón dominado. La pieza individual que a través de su perfil colectivo encaja al resto en Perú. Capaz de producir fútbol en la base de la jugada e ir reaccionando según el avance del equipo en el campo de juego, tomando decisiones pertinentes, juntándose con Cueva y Carrillo o encontrando a Lapadula, aportando precisas pausas o atrevidas —pero necesarias— filtraciones para los de la siguiente altura. Un mediocampista de un repertorio amplísimo para desenvolverse correctamente en diversas funciones… pero que jamás está tan cómodo como cuando surge en esa parcela del terreno para organizar, hilvanar pases y relacionarse con quienes por allí transiten, siempre teniendo en mente la acción que termine por desajustar el bloque adversario, recurriendo a su extenso catálogo de opciones: cambios de frente, pases verticales, activación de un extremo o del centrodelantero al apoyo. Sin pelota, su evolución es considerable: comete escasas infracciones, sus coberturas son correctas, su posicionamiento y su lectura de juego socorren a un Renato Tapia a quien, a menudo, el sistema exige demasiado en términos defensivos. En definitiva, que el hombre del Cruz Azul comprende el juego en su totalidad.
La apuesta de Ricardo Gareca por Gianluca Lapadula tiene su origen hace años. Se afirma que desde la Copa América Centenario —cuando el entrenador argentino llevó a cabo la profunda y compleja renovación del plantel peruano— el nacido en Italia ya aparecía en sus planes… pero la poderosa intención de ascender con su club, el Pescara de la Serie B, le hizo suprimir esa primera citación. Posteriormente su corazón se llenó del deseo de representar al país de su madre y se dispuso, a fines de 2020, a comenzar los trámites de nacionalización. En la pasada fecha de Eliminatorias Sudamericanas y en esta Copa América, en el marco de la ausencia de piezas clave de la generación que supo brillar en el proceso que derivó en aquella heroica clasificación al mundial de Rusia 2018 y exitosas presentaciones en el máximo torneo a nivel continental, el delantero ha resultado ser un relevo inmejorable para el histórico Paolo Guerrero. Porque sí: es imposible mencionar a uno sin hablar del otro. Para la selección peruana, contar con Lapadula significa disponer de un elemento indispensable en el desarrollo de los ataques. Quizá porque, una vez instalado en campo adversario, a Perú le cuesta encontrar a sus hombres de banda con ventajas si no es el del párrafo anterior el encargado de hacerlo. Entonces, para generar peligro activándolos, recurre en primera instancia al sobrio y distinguido juego de espaldas que el ítalo-peruano posee como una de sus características. Con una marca encima, quitando a los centrales enemigos de su zona de confort, descarga a un toque para colocar compañeros de frente a la jugada, activando al tercer hombre o produciendo triangulaciones, o busca directamente derivar el juego a las bandas. Y esto, de manera inmediata, aligera y optimiza cualquier ofensiva. Si se lo complementa con fenomenales desmarques de ruptura y movimientos que desarticulan y desconciertan esa última línea adversaria, entonces Gianluca Lapadula se convierte en un nueve de categoría y en un fantástico organizador de ataques. Es cierto que se le estaba negando el gol, pero finalmente este ha llegado en los momentos clave, convirtiéndose ya en el máximo artillero de la Copa.
Quizás Ricardo Gareca no cuente con los jugadores más impresionantes ni más talentosos desde que gestiona a los representantes de Perú. Y muy probablemente esta sea la etapa del extenso proyecto en el que más dificultades a nivel de estilo y rendimiento colectivo se evidencien. Pero en una Sudamérica poseída por la impaciencia y el nerviosismo, en la que los proyectos duraderos no abundan, en la que cuesta recuperarse de las derrotas y en la que el trabajo de director técnico parece ser el de menor margen de error en el mundo, el peruano es un proceso digno y honesto. Es fuente de inspiración y motivación, representa una esperanza a la cual agarrarse para confiar en un fútbol sudamericano más saludable y ha conseguido plasmar el arduo trabajo de seis años con la exigencia máxima: los resultados. Clasificación a una Copa del Mundo tras treinta y seis años, cuatro Copas América, un cuarto puesto, dos semifinales y una final… y un vínculo inestimable con el pueblo.
«Yo creo que Perú tiene claro lo que quiere dentro del campo de juego. Nosotros tenemos incorporado una manera de jugar que lleva años»
Ricardo Gareca, tras la clasificación peruana a las semifinales de la Copa América.