Hace ya unos cuantos años, en el siglo pasado, un parón invernal que el Dinamo de Kiev entrenador por Valeri Lobanovski realizó en Stuttgart, mientras su liga local se encontraba parada por el frío, cambió para siempre el fútbol alemán. El conjunto ucraniano, aún entonces parte de la Unión Soviética, realizaba algunos amistosos contra equipos de la zona, en la llana región de Baden-Wurtemberg, y ahí su defensa zonal llamó la atención de jugadores y técnicos germanos. Simplemente no sabían enfrentarla. Parecía que jugaban en inferioridad numérica. El fútbol alemán, en una simbiosis aparentemente perfecta con las marcas al hombre y la figura del líbero, con Franz Beckenbauer como principio y final de todas las cosas, llevaba años necesitando una revolución en su juego.
Uno de esos jugadores que sufrió en sus propias carnes la impotencia de jugar contra un equipo que siempre parecía llegar a donde era imposible fue Ralf Rangnick. El actual seleccionador austriaco posteriormente trasladó esas ideas que había heredado a los banquillos, creando una nueva escuela de entrenadores que pasaría a ser denominada la Escuela de Stuttgart. Allí, Rangnick se convirtió el padre ideológico de varios de los entrenadores que han marcado -y siguen haciéndolo- los últimos años del fútbol mundial: Jürgen Klinsmann, Joachim Low, Hans-Dieter Flick, Jürgen Klopp, Thomas Tuchel o Julian Nagelsmann son algunos de los ilustres nombres.
Stuttgart, por tanto, se convirtió en el símbolo del nuevo fútbol alemán, uno que alcanzó su cénit en Río de Janeiro hace una década. Pero todo lo que termina, termina mal. Y la selección teutona, siempre caracterizada por su increíble regularidad en fases finales de torneos intercontinentales, lleva dos Mundiales seguidos cayendo en fase de grupos. Algo se había roto internamente. Se necesitaba un nuevo cambio. Dicho y hecho.
Desde 2022 se está instalando en Europa central (y especialmente Alemania) una corriente que lleva a los equipos a cargar todo el juego por un mismo sector del campo. Se lo vimos al RB Leipzig con Domenico Tedesco y posteriormente con Marco Rose, se lo vemos al Borussia Dortmund con Edin Terzic, al Bayern de Nagelsman o a la selección alemana tanto de Flick como del propio Nagelsmann, el Bayer Leverkusen de Xabi Alonso es un modelo híbrido que por momentos también se entrega a esa corriente, y varios equipos de menos seguimiento mediático también lo han llevado a cabo, como por ejemplo el Werder Bremen, Borussia Monchengladbach o el Hoffenheim entrenado este último por Sebastian Hoeness.
Hoeness no tuvo una gran carrera como jugador, pero rápidamente se metió en el mundo de los banquillos. Estuvo en las categorías inferiores del RB Leipzig que saltaba a la fama (de la mano de… Rangnick) y posteriormente se fue a Múnich para trabajar con equipos formativos del Bayern. Desde dentro de la entidad vivió la exitosísima temporada de 2020, con Flick al mando, que finalizó con el equipo venciendo todos los títulos. Ese mismo año cogió las riendas del Hoffenheim, desarrollando el modelo citado previamente. Tras una serie de malos resultados fue cesado, solo para ser recuperado meses después por el Stuttgart. Cogió al histórico club al borde del descenso la temporada pasada, en una situación límite, y lo salvó. Este año, su primera temporada completa al mando, el equipo marcha tercero en la Bundesliga, con números absolutamente históricos y a un paso de confirmar su presencia en la próxima Champions League.
Hoeness ha logrado tal hazaña siguiendo el modelo que ya había instalado en el Hoffenheim y elevándolo hasta los altares. Su Stuttgart es uno de los equipos del año a nivel mundial. Uno del que, quizás, se está hablando menos de lo que merece debido a la histórica temporada que está realizando el Bayer Leverkusen. Una coincidencia que probablemente les está beneficiando. Los ojos del mundo no están puestos en ellos, pero eso poco les importa. Ya lo estarán.
La Bundesliga, en un hábito que bien podrían copiar el resto de ligas, suele ofrecer a mitad de cada partido un gráfico que, dividiendo el campo en cuatro carriles, te muestra el porcentaje de uso que cada equipo hace de ellos. Los resultados del Stuttgart siempre son asombrosos. Mientras otros equipos reparten y dividen sus porcentajes, los de Hoeness no. La banda izquierda contempla la casi totalidad de los ataques del juego. Es una decisión meditada y buscada. A partir de la conexión entre Maximilian Mittelstädt y Chris Führich, dos de los mejores jugadores que tienen, el equipo se vuelca allí. Hay un intercambio de roles constantes y los jugadores de otros sectores abandonan su posición para sumarse al circuito en esa banda, logrando posesiones de una fluidez extraordinaria que supera al rival y les permite alcanzar línea de fondo (uno de sus grandes rasgos identitarios).
El Stuttgart suele partir de un 5-3-2, aunque es un equipo difícil de catalogar por números debido a lo líquido de sus posesiones y que también puede formar en 5-2-3 o 4-2-3-1. Sea como fuere, las intenciones sí que se pueden intentar desmenuzar: gustan de salir jugando, buscando atraer la presión rival a partir de retroceder constantemente sobre el portero, un Alexander Nübel con un gran juego de pies, para provocar ese salto y desestabilizar el sistema rival. Su doble punta, formada por Sérhou Guirassy y Deniz Undav, es súper dominadora en el juego directo, descargando de espaldas y dejando de cara. El equipo tiene muy bien trabajadas las suejeciones sobre última línea permitiendo esos descensos de los delanteros, ya sea con uno de los carrileros estirando o con un interior compensando y sujetando. Son muy buenos atacando la profundidad y haciéndolo especialmente desde segunda línea, aprovechando los despistes que puede tener el rival.
En caso de que el rival no los vaya a buscar en primeros pases, generalmente buscan construir en un 3+2 y manejan muy bien los timings a la hora de buscar el pase dentro para activar al tercer hombre y dejar a un mediocentro de cara. Angelo Stiller, el niño mimado de Hoeness (le tuvo en la cantera del Bayern y luego se lo ha llevado consigo a Hoffenheim y Stuttgart) tiene muy inculcados esas decisiones y cuándo hacer cada cosa, dándole un equilibrio constante al equipo. El francés Enzo Millot aporta un extra de creatividad y de fluidez a partir de su capacidad para girarse y dividir en conducción.
Si ven que tienen problemas para progresar, no tienen problemas en descender a uno de los mediocentros a primera línea para convertir el 3+2 en un 4+1 y tener bien ocupadas todas las esquinas de la primera línea, buscando encontrar al hombre libre allí para poder progresar más fácilmente o lanzar sobre última línea y vencer la caída, donde son verdaderos especialistas gracias a la concentración habitual de jugadores que suelen tener por dentro y que les permite vencer esas situaciones por una pura cuestión numérica.
Tienen a pasadores excelsos en primera línea, como es el caso del nipón Hiroki Ito, que les ayuda a progresar de manera limpia y superar líneas rivales, o a un jugador tan útil como es Josha Vagnoman, que venía de otro equipo tremendamente atractivo a nivel metodológico como es el Hamburger, y que sabe identificar muy bien cuando quedarse bajo para atraer, cuando subir para ofrecer un jugador más por delante del balón o cuando ocupar carril interno o externo. Además, Guirassy (que puede ser el jugador que más focos se está llevando, con sus 25 goles en 24 partidos) además de saber descargar balones largos también ofrece una movilidad exquisita teniendo en cuenta su tamaño, lo que le permite estirar y hundir el bloque rival facilitando la conexión con compañeros por dentro, con un gran sistema de rupturas indirectas que va hundiendo al rival y les ofrece opciones de pase por dentro. El reparto de roles es tan constante y está tan bien aceitado que se puede ver a un mismo jugador haciendo diferentes cosas a distintas alturas en una misma jugada. Se juntan en muy pocos metros, pero nunca dan la sensación de molestarse o estorbarse.
Son una verdadera delicia de equipo porque da la sensación de que podrían reducirse las dimensiones del campo y ellos seguirían inventando maneras de progresar. Generan muchas ocasiones, cargan bien el área, meten a mucha gente por delante del balón y sus resultados no son una coincidencia. Si la anterior revolución de Stuttgart, surgida a escasos metros del Danubio, transformó hasta los cimientos el fútbol germano, llevándole hasta la cima, está por ver cuál será el futuro de esta nueva hornada de técnicos que está apostando por una manera de jugar tan atemporal como novedosa, que se le está escapando por los bordes al resto de la liga. Una idea centenaria y actualizada que nadie está entendiendo.