El pasado 26 de enero una tormenta sacudió Liverpool cuando Jürgen Klopp, tras nueve años en el equipo de Anfield, anunció su decisión de dejar el club al final de temporada. El alemán, que había devuelto a la élite a una institución que, cuando él la cogió en el ya lejano 2015, vivía presa de su pasado glorioso, dejaba un legado prácticamente imposible de igualar. La maldición del Mesías, que otorga años de felicidad plena a cambio de la condena de dejar para siempre un recuerdo imposible de igualar, el de la juventud imperecedera, los días sin fin y las pasiones intensas y prohibidas. Su sucesor tendría que convertirse en un Sísifo contemporáneo, obligado a llevar siempre la roca a la cima de la colina solo para ver cómo, una vez ahí, los recuerdos del pasado la volvían a echar montaña abajo.
No es esto algo único de Klopp. Sir Alex Ferguson y Arsène Wenger, en Manchester y Londres respectivamente, se fueron dejando un legado similar. En Manchester siguen buscando un digno sucesor, mientras que en la capital inglesa ha tenido que llegar Mikel Arteta para devolverlos a la tierra prometida.
Pero existe una diferencia esencial. Mientras que escocés y francés se fueron a la vez que el proyecto gastaba sus últimos cartuchos (incluso, en el caso de Wenger, una agonía demasiado prolongada en el tiempo), Klopp invirtió su última temporada en construir los cimientos de la revolución y del próximo gran Liverpool. Se fueron Mané, Firmino, Fabinho o Jordan Henderson, mientras que llegaron Mac Allister, Dominik Szoboszlai o Gravenberch entre otros, los elegidos para mantener al equipo en la cima.
A Klopp, en su última temporada, el equipo se le cayó en el tramo final, pero hasta entonces firmó una campaña magnífica que ayudó a recuperar sensaciones después del descalabro de la 2022/23. Por eso, Arne Slot, dentro de la dificultad de la empresa que se le encomendó, encontró un equipo que ya estaba preparado para abrazar esta nueva etapa y dejar atrás los recuerdos de gloria de los mejores días con el alemán al mando.
De hecho, el Liverpool se caracterizó este mercado veraniego por un inmovilismo severo, tan solo quebrantado por la oportunidad de Federico Chiesa en las postrimerías de la ventana. Slot ha heredado lo que había. Y, unos meses después, el equipo se va líder de la Premier League al parón de octubre y el neerlandés ha firmado el mejor inicio histórico de un entrenador de la institución que vive a orillas del río Mersey. Nueve victorias en sus primeros diez partidos, incluidos imponentes triunfos en Old Trafford o San Siro, y tan solo empañado por esa inesperada derrota en casa ante el Nottingham Forest.
Pero, ¿qué ha cambiado respecto a la etapa de Klopp? ¿Cuáles son los principios en el juego del exentrenador del Feyenoord?
Los últimos años de Klopp vivieron bajo la condena de lo que les había catapultado a la cima. El ritmo altísimo que les había permitido ganarlo todo, con Roberto Firmino danzando entre el caos, Mané y Salah desplegándose como gacelas, Fabinho ganando todas las caídas y Van Dijk como el mejor bombero del mundo por detrás, empezó a pasarles por encima. Esa velocidad endiablada requería una pulcritud en los gestos técnicos de los atacantes que ya no siempre ofrecían; el declive de Fabinho y la ausencia de un mediocentro de élite como remplazo provocó que las segundas jugadas dejasen de ser su zona de confort y, en medio de este huracán imparable, Van Dijk tuvo más problemas para controlar las embestidas rivales que siempre le encontraban desguarnecido y a mucha distancia de su portería.
Por eso, quizás la decisión más importante que ha tomado Arne es la de intentar controlar ese caos. Rebajarle las revoluciones a un equipo siempre se ha caracterizado por el ritmo. No ir tan rápido, para que no te vuelvan a tanta velocidad.
Buscan salidas elaboradas desde atrás, como de costumbre, pero con un mayor número de jugadores involucrados y a unas distancias más estrechas. El lateral izquierdo, el escocés Andrew Robertson, siempre caracterizado por su energía incorporándose al ataque, se cierra mucho en construcción, por momentos formando una línea de tres. Por el otro costado, Trent Alexander-Arnold está disfrutando de mucha libertad para aparecer por diferentes zonas del campo, ya sea ganando altura por fuera o interviniendo en la base, como fue norma en la última temporada y media de Klopp. No se precipitan demasiado en esos primeros momentos de la construcción, repiten secuencias de pases e incitan al rival a saltarles para aprovechar esos espacios en campo rival. Es esta calma en la construcción la que está provocando que estemos viendo, probablemente, el mejor nivel pasador en la carrera de Virgil van Dijk. El neerlandés siempre ha sido un experto fabuloso en desplazamientos largos, especialmente aquel que hace en diagonal para activar a Mohamed Salah en el carril derecho, pero ahora ha añadido un mayor poso y capacidad para jugar en corto en sus intervenciones.
Pero, ¿dónde está la nota discordante? ¿Cómo logra el equipo convertir en botín todo lo bueno que hace en esos primeros metros? Obviamente tener a Trent, el mejor lanzador del mundo, es una ventaja imposible de replicar para el resto. El lateral inglés ve pases que el resto no imagina y es indispensable para activar a los atacantes en sus rupturas al espacio. Pero, además de eso, además de ese atajo que siempre ha utilizado el equipo de Anfield, Slot ha logrado que crezca la importancia del mediocampo. Mientras que con Klopp en muchas ocasiones era una mera zona de paso, con Arne es una de las claves de su juego.
Alexis Mac Allister, compartiendo responsabilidades en la base, está brillando dirigiendo los primeros pases, rompiendo líneas de presión con sus envíos, reteniendo y otorgando calma en momentos de tensión o involucrando compañeros. Y, sin embargo, el gran nombre propio en este inicio de temporada es el de Ryan Gravenberch. Slot ha convertido lo que era una gran decepción del club, la incapacidad de encontrarle un sustituto a Fabinho (y los intentos en vano de traer en el mercado a Aurélien Tchouaméni, Moisés Caicedo, Romeo Lavia o Martín Zubimendi) , en una oportunidad para Ryan, colocándole en una posición, la de mediocentro, ajena para él hasta ahora en su carrera.
Y el exjugador de Ajax o Bayern Múnich está brillando sobremanera, haciendo uso de una característica única: sus controles orientados seguidos de conducciones. Con ellos, el Liverpool está destrozando sistemas de presión enteros y poniendo a corres a sus atacantes en ventaja. Además, también está brillando en la distribución, eligiendo bien cuándo y cómo soltar el balón y creando ventajas con sus envíos. Gravenberch fue elegido el mejor jugador del Liverpool en el mes de septiembre y también ha sido catalogado, en repetidas ocasiones en lo que va de temporada, como el mejor jugador del partido.
Por último, la tercera característica que ayuda a explicar el juego con balón del Liverpool es quizás la que más conecta al Slot que estamos viendo en Liverpool con lo que desarrolló en Rotterdam: las constantes rupturas sobre última línea rival. Es algo que caracterizó su etapa en el Feyenoord, y que se está repitiendo en Inglaterra, con el equipo buscando constantes rupturas para hundir y fijar a los defensores rivales, generando espacios por dentro a sus compañeros. Es algo que se puede presuponer con un trío atacante conformado por Salah, Luis Díaz y Diogo Jota (más las opciones en el banquillo de Darwin Núñez, Gakpo o Chiesa), todos ellos muy predispuestos a la movilidad, pero quizás el jugador que más está destacando en este aspecto es Dominik Szoboszlai.
Al húngaro se le está reprochando en este inicio de temporada una falta de determinación en los metros finales, especialmente una falta de confianza en su disparo que sorprende debido a la gran capacidad que tiene. Pero quizás se puede entender por todo el desgaste previo que está realizando. Szoboszlai no se está parando en ningún momento. Rupturas ante centrales para compensar descensos de Jota, movimientos atacando intervalo central-lateral para aclarar la recepción de Salah, descensos ofreciéndose en la tercera altura del mediocampo… Dominik está siendo todo desgaste y un jugador irremplazable para Arne.
Pero, ¿y sin balón?
Jürgen Klopp pasará a la historia como un entrenador entregado a la presión. Aunque es un aspecto que fue de más a menos en su trayectoria, su impacto en el resto de entrenadores le ha hecho un adalid de esta corriente. Slot no se está quedando atrás y está continunando su legado, pero con diferencias evidentes.
El Liverpool salta a presionar con Salah y Jota sobre centrales (si enfrentan una línea de tres, es Luis Díaz quien se queda con el otro central), lo que provoca que Alexander-Arnold tenga que hacer un salto muy grande sobre su homónimo. Esto, que ya lo hizo en muchas ocasiones Klopp, tiene varias lecturas. Orientando al rival a salir sobre su izquierda, se busca tapar las carencias atrás de Trent, otorgándole un salto muy amplio que minimiza sus errores, e incitar al rival a salir rápido sobre su extremo izquierdo, que puede parecer más libre pues es Ibrahima Konaté quien tiene que deslizar la línea e ir a cubrirle.
El francés es un central con errores y que en muchas ocasiones vive sobre la cuerda floja, pero lo que no se le puede achacar es que se intimide a la hora de ir al duelo o a chocar con su par. De esta manera, el Liverpool provoca muchas situaciones de duelo donde se sabe con la carta ganadora en Konaté, que permite al equipo recuperar y que las posesiones rivales no sean duraderas.
Pero no es la estructura de Slot una de persecuciones individuales, sino que, como en su Feyenoord, busca forzar al rival a dar pases por dentro que son interceptados gracias a su buen control de las zonas intermedias. Mac Allister y Gravenberch están abarcando mucho espacio y recuperando muchos balones en campo contrario, sumando recuperaciones que el equipo convierte en rápidas transiciones. En siete jornadas de Premier League apenas han concedido dos goles, pero es que el número de Expected Goals en contra es de tan solo 2,55. Una muralla que se explica gracias al buen funcionamiento de sus primeras líneas de presión, que impiden al rival salir con el balón controlado y cruzar la divisoria con comodidad.
La temporada es muy larga y Arne Slot tiene una montaña gigantesca que escalar, pero sus primeros meses están repletos de motivos para el optimismo. Klopp, quien devolvió la esperanza a la ciudad, se fue de Anfield con un discurso en el que pronunció las siguientes palabras: «Nadie dice que dejéis de creer. El club está en el mejor momento, quizás no de siempre, tendría que preguntar a Kenny (Dalglish), pero desde hace mucho tiempo, dejadme decirlo así. No se siente como el final, parece el principio«. Y Slot le ha dado a la tecla de start.