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Algunos por suerte -otros por desgracia- nos tocó convivir con muchos prototipos de futbolistas. Estaba el rubio alto, el central fuerte, el medio regordete y el extremo del flequillo. Me detengo en este último. En todos los grandes había un extremo izquierdo pequeñito. Rápido, técnico, elegante y con pelo casco. De niño sólo había dos opciones: te rapaban, o te dejaban crecer eso hasta que tus ojos dijesen basta. Aquel extremo no veía nada y a la vez todo. Su visión alcanzaba las espinilleras del rival o al extremo de la banda contraria. Era impredecible, callejero y perro. Si podía te la hacía dos veces.

La Fórmula 1 estaba en su desenlace. Justo cuando me volvía a aficionar al deporte del motor, este cerraba su temporada. Bajaba del coche y se llevaba las llaves hasta el año que viene, mientras tanto, oía el derbi vasco por el otro lado. Mi estancia en Bilbao me ha permitido y obligado a partes iguales a conocer todos los canteranos que han pisado Lezama, Zubieta y Areitio. Dice alguien que sabe mucho del oficio que es imposible que llegues a profesional si antes no pasas por un filial. Y razón no le falta. 

En esa estancia filial-primer equipo muchas veces toca irse de campamento: hacer las maletas, cargarlas de ilusión y no comprar billete de vuelta. El jugador nunca sabe cuándo volverá. Siquiera si lo hará. Hay que estar preparado por si cancelan el billete o se dan prisa en sacarlo, como el de Bryan Gil a Sevilla. No es para menos, su estancia en el conjunto armero no ha hecho más que empezar pero ya deja síntomas del jugador que es, alguien totalmente capacitado para ser protagonista en cualquier equipo y poder volar en business cuando los de arriba lo soliciten.

Bryan es el becario, es el chaval que llega a la empresa y le encargan todo. Bryan tiene que traer el café y centrar, tiene que fotocopiar y regatear. Bryan es George Russell ocupando el sitio de Hamilton en Baréin. Sin nada que perder y todo por ganar. Mentalmente está preparado, sabe lo que es tocar el cielo y el suelo en el mismo año. Sabe lo que es sufrir un descenso y ganar una Europa League. Sabe lo que es correr con Williams y con Mercedes.

Lo demuestra cada jornada. Todo pasa por él. En algunos momentos el Eibar se vuelca en la banda izquierda y deja huérfana la derecha. Es algo atípico, inusual. En un equipo donde la media de edad ronda la treintena, que alguien de 19 sea quien lleve la batuta sorprende. Conduce, corre, llega a línea de fondo y la cuelga. Cuatro pasos que nos han repetido mil veces en nuestra vida y que no todos hemos puesto en práctica. No va de ‘estrellita’, -¿cómo va a hacerlo en un equipo dirigido por Mendilibar?- pierde la bola y va a por ella como si no hubiese un mañana, de ahí se explican las 10 recuperaciones contra la Real Sociedad del otro día. Bryan tiene las cosas claras. Se percibe en él un desparpajo (im)propio de jóvenes como él, como Pedri, de fútbol callejero, unos auténticos sinvergüenzas -como diría Guille Casquero– en el campo. Una generación -de las últimas- que sabe lo que es jugar a la misma intensidad en la plaza del pueblo que en el Camp Nou. Se ve en sus movimientos: pisadita como si de fútbol sala se tratase, movimiento de pelo a lo Justin Bieber 2009 y a jugar. 

Un zurdo con pelo casco ya pasó por Ipurúa. Y la historia ya está escrita. En Sevilla pueden estar tranquilos. Bryan volverá a por la miel, como los Beatles. 

I will return, yes I will return

I´ll come back for the honey and you.

Texto invitado: Alejandro Esteras

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Editorial Puskas
Proyecto periodístico dedicado al fútbol. Análisis, historias y entrevistas.

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