“Para la mente, hielo; para el pecho, calor; para los pies, tibieza. Las tres temperaturas ideales de un futbolista”, escribió una vez Dante Panzeri. Frase que reproduce, de manera inmediata, la imagen de cierto mediocampista ignoto, de humilde actuar pero rentable labor, cuyo nombre hasta hace poco resultaba incierto en su tierra. De un hombre que futbolísticamente domina registros de auténtico cinco argentino tradicional y que da sus batallas en suelo español —donde el trabajo del mediocentro es sagrado— y construye su figura a partir de pequeños pasos, de pocas palabras y de servicio taciturno.
Cuando pienso en Guido Rodríguez, pienso en orden. Pienso en esa estirpe de futbolista que no abunda, cuyas funciones son extensas y su trabajo, gigantesco. Es imposible no visualizar al volante central del Real Betis Balompié al traer a la memoria la ya mencionada frase de Panzeri. Porque dispone de todo eso en el terreno de juego: mente fría, para corregir situaciones de desventaja y para solventar con aquellos pases que pocos jugadores quieren dar; pecho caliente, porque no titubea en el campo, representa una ayuda constante y consistente para sus compañeros y dispone de un distinguible gen de lucha; y tibieza en los pies, porque en su rol de tiempista es capaz de dar progresión a su equipo desde muy atrás, y a partir de allí comandar las acciones a ejecutar con todo el terreno de juego de frente —como le suele gustar a los grandes hombres del mediocampo— observando con mesura los movimientos de propios y ajenos y decidiendo templadamente la acción correcta a realizar.
Físicamente alto pero no necesariamente imponente, Rodríguez sobresale por su lectura defensiva y su siempre correcta labor posicional. Dispone de un timing idóneo para interpretar en qué momento interceptar, cuándo barrer, cómo y por qué corregir. Está dotado de una inteligencia táctica muy especial para comprender los momentos del juego y, una vez que su equipo está asentado en campo rival, para posicionarse en aquellas zonas que le permitan estar activo tras una posible pérdida. Esto, en un Real Betis que ataca con tantos efectivos situando a los laterales en posiciones altísimas y a varios futbolistas entre líneas, tiene una importancia vital para no quedar descompensado en transición defensiva. Esta concepción del juego de Guido le ha permitido a Manuel Pellegrini extender su nivel competitivo y permitirse soñar con los puestos europeos, porque a estas alturas sería de una ligereza inmensa no admitir que su notable escalada de nivel ha sido proporcional a la mejora colectiva que el compilado andaluz ha llevado a cabo en esta liga.
La única asignatura pendiente de un muy maduro Guido Rodríguez tiene que ver con sus momentos con balón, aunque aun así sigue siendo muy correcto a nivel asociativo. Su gran lectura de juego permite pensar que en un futuro mejorará todavía más en esta faceta —a niveles de acelerar más el juego, animarse a conducir, tomar más riesgos en fase de elaboración y buscar pases más verticales—, puesto que domina registros conceptualmente muy valiosos para el equipo, dependiendo del momento del partido en el que se encuentre: conoce cuándo lateralizar su posición, cuándo incrustarse entre centrales y cuándo desmarcarse a espaldas de la primera línea de presión enemiga para dar salida e inicio a la gestación de los primeros pases a medida que identifica que se van liberando compañeros.
Guido Rodríguez puede ser un futbolista muy conocido para muchos, pero ha sido en esta etapa europea, en el Real Betis Balompié, cuando su nombre está tomando fuerza en el mundo del fútbol a escala internacional. Sus inicios tuvieron lugar en un River Plate en el que fue rápidamente descartado por Ramón Díaz, por el año 2014. El sitio que lo acogió fue Defensa y Justicia —reconocido en el continente sudamericano por ser uno de los conjuntos cuyo proyecto está fuertemente ligado a la cosecha de aquellos futbolistas que los grandes de Argentina no tienen en cuenta—. Allí cayó Guido, en calidad de cedido, a principios del año 2016 y con veintiún años (cabe destacar que aquel conjunto de Varela no era el mismo que los espectadores de fútbol sudamericano están acostumbrados a ver en estos días: su revolucionario proyecto estaba recién comenzando). Seis meses vistiendo la camiseta del Halcón y sobresaliendo sobre el resto le bastaron para dar el salto al fútbol mexicano. Xolos y Tijuana sería el territorio en el cual dominaría como primera experiencia fuera de su país, demostrando destellos de una soberanía futbolística que, en junio de 2017, trasladaría al Club América y mantendría durante tres temporadas.
En su primera convocatoria a la selección argentina en 2017 bajo el mandato de Jorge Sampaoli, varios hinchas preguntaron su nombre. No sabían de quién se trataba. Guido Rodríguez era un desconocido en su propia tierra. Pero como el fútbol es capaz de reunir todas las condiciones para que un escenario varíe de un extremo hacia otro —a veces en lapsos de tiempo realmente cortos—, en la actualidad su apellido resalta entre la lista de Lionel Scaloni como uno de los candidatos para gobernar la mitad de la cancha de una de las selecciones más exigentes a nivel individual en toda la historia del fútbol. Veintisiete años, madurez, perfil bajo, poca prensa. Guido Rodríguez es la demostración de que sigilosamente, con tranquilidad y sosegado, siempre se trabaja mejor.