Existen futbolistas contra cuya naturaleza es imposible atentar. Jugadores que guardan en su instinto no solo la gambeta por diversión, sino también por necesidad. Hombres de fútbol a los que resultaría inútil exigirles quedarse quietos y pasar la pelota antes de intentar una acción individual… porque llevan el regate dentro. Intentan, intentan, intentan, y también fallan mucho. Y es por eso que, en el fútbol del miedo a arriesgar y en el que se mira de reojo al que se sale de lo establecido, valen oro. Vinícius Júnior forma parte del grupo.
El brasileño ha añadido recursos de gran valor en un atacante, que por sus condiciones atléticas y su complexión física podrá utilizar en demasía esta temporada. Como cuando danzaba sobre la bola en São Gonçalo, guarda intactos su regate, su habilidad en el uno contra uno, la cruel amenaza que representa para las defensas oponentes al espacio y la pasmosa agilidad para escapar entre un mar de piernas con su destreza manejando la pelota; ha nacido con estas cualidades. Las plasma en el terreno de juego casi sin querer. Lo novedoso es que, en este inicio de campaña, saca a relucir un repertorio de desmarques de alto nivel, poco vistos en su fútbol de años anteriores, que no solo funcionan para generar espacios, llevarse marcas y ganar en carrera por velocidad; también son útiles para complementar funciones con Karim Benzema, permitiéndole al francés ocupar diversas zonas del frente de ataque y así, entre los dos, desajustar un plan adversario y asentarse como una de las parejas más autosuficientes y productivas del campeonato español.
Desde su arribo a Madrid, la definición de cara al arco rival ha sido uno de los motivos de discusión entre prensa e hinchas para calificar sus primeros pasos en la élite. Se dijo y criticó mucho —sobre todo acerca de su falta de gol en un Real Madrid pobre en dicho aspecto y que atravesaba una fase de congoja a causa de la marcha de Cristiano Ronaldo— quizá sin comprender que, para un chico de dieciocho años que aterriza de golpe en una de las entidades más grandes de todos los tiempos, lo más importante es tener minutos y disfrutar en el terreno de juego para ganar confianza, mientras se perfeccionan los aspectos débiles de su fútbol… sin premura. Las críticas despiadadas surgían entre las líneas del periódico del fin de semana haciendo referencia a cada ocasión desperdiciada, a cada remate fallido, a las malas decisiones… pero, aunque una rotura de ligamentos lo alejase de su sitio preferido por cuarenta y nueve días y un doloroso llanto lo sacase de la cancha, acercándolo al mismo tiempo al corazón del aficionado madridista, Vinícius resistió. E insistió. Porque esa es, al final, la esencia de su fútbol: “Siempre encaro y, si fallo, lo vuelvo a intentar”. Se puso a entrenar en Valdebebas para potenciar esa falencia y ese trabajo se evidencia ahora en el campo. Su inicio de temporada es de los que marcan el despertar de los jugadores.
“Aquí intento jugar como si estuviera en mi casa, cuando jugaba en Brasil. Me siento como cuando jugaba en la calle, con alegría”.
Vinícius Júnior, en declaraciones para AS.
Nada caracteriza más al brasileño que la ambición y la perseverancia. Porque al ser el que más intenta, por ende es también quien más falla. Y con ello, es a su vez el más criticado por quienes prefieren ver un pase que un intento de gambeta. Pero claro, el presente de Vinícius no sería posible si no contase con esa mentalidad privilegiada que, así como esquiva en la cancha adversarios, le permite sortear críticas del ambiente externo para mantener la cabeza enfocada en su evolución como jugador de fútbol. «Desde que llegué al Madrid siempre dije que ya llegaría la hora en la que marcaría muchos goles seguidos», dice a AS. Y tal vez Vinícius sigue siendo ese mismo chico que con dieciocho años se vio en el medio de una cascada mediática repleta de exigencias y críticas. El mismo que clava los ojos en la pelota y solo tiene en mente encarar a quien salte. Eso es y fue lo suyo. No fue ni será posible cambiarlo.