Ronald Koeman dejó de ser el entrenador del FC Barcelona tras la derrota en Vallecas (1-0). El comunicado llegó tras una jornada intrasemanal liguera, a finales de octubre, con nocturnidad y tras la cuarta derrota en los últimos seis partidos. Se veía venir, eso sí, después de las sensaciones dejadas en las derrotas ante Bayern, Benfica, Atlético o Real Madrid e incluso en victorias como las del Dynamo o Valencia. El Barça había entrado en barrena, dando la imagen de conjunto derrotado de antemano, agarrotado, angustiado y deprimido. «Salid y sufrid».
Los 15 puntos de 30 en Liga y los 3 de 9 en Champions son solo números y la consecuencia de otros menesteres. Como el curso pasado, tanto en las rachas buenas como en las malas, lo peor no es el qué, sino el cómo. Ayer Memphis erró un penalti, Dest volvió a rematar a las nubes entrando en el segundo palo y, con el partido agonizando, Gavi puso mal el interior en el punto de penalti. Todo ello después de que a Busquets le robaran la cartera en el centro del campo para que el Rayo crease la única ocasión de gol. En Vallecas fueron ellos, pero antes fueron todos. En general, no se salva ninguno. Y si los resultados encauzan y ayudan a que un equipo se desarrolle por lo que es importante que la pelota entre más de las que encajas, al Barça de Koeman siempre le ha faltado mucho para ser competitivo en cualquier escenario.
Lo vivido ante el buen Rayo de Andoni Iraola es un resumen casi perfecto de la era Koeman. Más allá de los diferentes sistemas, la alternancia del doble pivote, línea de tres centrales, laterales que se convertían en extremos o la libertad posicional de los atacantes, al Barça de Koeman siempre le ha faltado pausa y le ha sobrado verticalidad, que no es lo mismo que profundidad.
El neerlandés decidió entregar las llaves ofensivas a los delanteros y no a los interiores, pasando estos a ser de gestores a simples iniciadores o llegadores. Se acumulaban atacantes y defensas, pero se juntaban pocos centrocampistas de asociación. Resultado: correcalles incómodos para muchos miembros de la plantilla. Más evidente era esta tendencia en su dirección de partido: con resultados adversos, introducía más delanteros; con resultados favorables pero el viento en contra, más defensas. Pero la idea del control a través de acumular pases (añadiendo centrocampistas) no parecía ser del agrado del técnico del Barcelona.
Si bien la presión a la salida del rival se ha venido mostrando más organizada este curso (pagando el peaje del tremendo derroche de energía por las persecuciones individuales en defensa y los desajustes que se producen), el técnico no ha sido capaz de solucionar los problemas a los que se enfrenta un equipo grande. El Barça de Koeman casi nunca estuvo cómodo ni ante presiones altas, ni ante equipos replegados. Ni contra bloques altos, ni contra bloques bajos.
A colación de esto último, la ausencia de amplitud ha sido palpable casi siempre. En los encuentros en los que no existía extremo derecho, el embrollo en la izquierda era morrocotudo, dejando al equipo tuerto. En los días, como ayer con Dest, en los que sí había un extremo abierto, a los ataques del Barça les faltaba bascular: transitar o acabar por la banda contraria a la que se ha progresado desde campo propio. Así, con ataques verticales, sin asentarse en campo rival salvo en tramos contados ni una organización ofensiva equilibrada, las transiciones defensivas se sucedían porque las presiones tras pérdida no podían ser efectivas.
Aunque en un Barça sano no parece que hubiera llegado a entrenar a estas alturas de su carrera, Koeman tampoco aterrizó en buen momento. El malhacer de la directiva anterior y los presupuestos recortados han provocado la devaluación del nivel de la plantilla. Donde estaba Luis Suárez, están Braithwaite o Luuk. Donde Neymar, Memphis. O donde Messi, Coutinho. Y esto hay que recordarlo. Porque a la leyenda de Wembley le ha tocado ser el primer entrenador blaugrana sin Messi. Y sin el gran silenciador de carencias estructurales, los buenos partidos son más difíciles de ganar, y los malos…
La pérdida de nivel individual se traduce en peores ejecuciones, en peores decisiones. Esto conlleva una pérdida de efectividad, más evidenciable en las áreas, pero también en la construcción de las jugadas. No ser contundente en las áreas genera malos resultados. Y las derrotas provocan que el grupo deje de confiar en sí mismo, en la idea del entrenador y en el propio técnico. Pero la falta de nombres, que el Barça sí los tiene, no puede ser una excusa. Pues para tapar las carencias del grupo está el entrenador. Donde no llega el individuo, que lo permita el colectivo. Quizás ese ha sido el mayor defecto de Koeman: ni su fútbol ha vencido, ni ha convencido, ni ha progresado con el tiempo. Se acaba la era del neerlandés y más allá de la Copa de las prórrogas y el nombre de algunos jóvenes, la memoria enterrará su legado como técnico. La de Koeman en el Barça fue la historia de una idea fallida.