La edición 183 del Derbi de Mánchester ha sido un evento fiel a su tiempo. En un juego hecho a imagen y semejanza del 2020, Manchester United y Manchester City anduvieron a paso cansino, como si buscasen algo que todos perdimos después de aquel lejano 8 de marzo, de esa última vez que Old Trafford vio al público en sus gradas para un partido de fútbol. Hoy, a poco más de nueve meses, entre la nostalgia, el jangueo y sus ejercicios de presión, Devils y Cityzens no se hicieron daño, pero dejaron uno de sus cruces más ajustados de los últimos años. Y hubo mucha pizarra, pero las huellas de la pandemia y el apremio de sus calendarios acabaron saliendo a relucir.
El jangueo antes que el caos
Con el 4-2-3-1 totalmente asentado, Pep Guardiola y Juan Manuel Lillo han conseguido estabilidad antes que todo. Mediante su doble pivote, se ha convertido en un equipo que, con respecto a su versión de la temporada anterior, está empezando a correr menos de cara a su arco. Ahora, en un escenario en que la posesión acabó estando más dividida de lo esperado, no sólo es que esto haya sucedido, sino que fue capaz de controlar mejor las ocasiones en que el rival intentó verticalizar procurando proteger de forma más extensa los carriles central e intermedios. Pero si algo le faltó a lo largo de los 90 minutos, fue mayor dinamismo con balón, sobre todo considerando que su oponente ha mostrado muchos problemas basculando en horizontal durante el último año y medio. Faltaba ritmo en la circulación, más velocidad en las posesiones para desordenar, alterar acosos y encontrarle aun más grietas al bloque local. Ahí, entonces, se creció un Manchester United de plan valiente y eficaz.
Del lado de Ole Gunnar Solskjaer, lo que parecía ser un rombo en medio campo (4-3-1-2) en todas las fases del juego fue convirtiéndose más en un 4-2-3-1 como el del contrario. Más allá de que el primer esquema terminara rigiendo más los ejercicios de presión y las vigilancias medias, Paul Pogba se convirtió en el foco de unos Devils que encontraban en él su única amenaza de gran envergadura. Primero, porque el área se mantuvo mucho tiempo vacía pensando antes en llegar que en estar, algo que no se consiguió con la frecuencia deseada por una buena exhibición de John Stones y Rúben Dias defendiendo en vertical. Luego, que es donde cae el peso del partido del francés, por su constante presencia en el intervalo extremo-lateral, siempre ocupando la zona o picando a espaldas del acoso del pivote de ese sector. A partir de esto, podía condicionar los saltos del central y arrastrar tanto a Walker como al propio zaguero. Pero tampoco aceleraron cuando pudieron y, en su lugar, permitieron que el City fuera ganando terreno a medida que el segundo tiempo corrió y se agotó.
La danza de los pivotes
Otra de las claves estuvo en los constantes movimientos laterales de los pivotes en ambos equipos. Sin embargo, los matices cambiaron en función del hombre, la organización ofensiva de cada uno y el estímulo del rival. Si Scott McTominay y Fernandinho repitieron sus trayectorias al máximo a lo largo del juego fue para causarle distintos problemas al oponente.
En el caso del escocés, la apuesta fue muy específica, buscando recrearle el contexto que Steve Clarke le da en su selección. Y dio algunos dividendos importantes en lo individual, pero, sobre todo, en lo colectivo. Aunque Fred tuviera momentos similares en izquierda, el canterano del United lo repitió bastantes veces con el fin de agrandar el intervalo extremo-mediapunta para encontrar al hombre libre a espaldas o costado de la segunda línea de presión skyblue. Buena lectura y pasos al frente con balón fue lo que se le vio.
Por el brasileño, la idea es más que habitual. Si bien el capitán del City lateraliza muchas veces con el fin de construir superioridad ante la primera línea rival (generalmente, 3+1 en el inicio de la construcción de juego), esta vez fungió como una especie de anzuelo para las marcas individuales del United. El objetivo de sus descensos a la altura de los centrales era ir jugando con los acosos del delantero contrario y, poco a poco, atraerlo para que diese el salto y pudiese buscar al hombre, ya fuese a espaldas de los tres delanteros o en banda, donde lateral o extremo ya estarían en situación de mano a mano con el lateral del oponente. Con esto, Fernandinho fue generando arrastres y desajustes en cada marca que se diera más arriba.
Un duelo de presiones
La sección estelar de la noche llegó con las presiones de ambos conjuntos. Tanto Devils como Cityzens compartieron rasgos interesantes en lo que a llevarse hacia la banda se refería. Aunque el United no renunció a sus encajes individuales en todo el campo -y mucho menos en su ejercicio de pressing-, sufrió por momentos al tratar de establecer sus triángulos en los costados y no siempre pudo contener las sociedades rivales en esos sectores. Al igualar numéricamente la primera fase de construcción celeste, también encontró dificultades para controlar algunos saltos o ajustar marcas detrás. Su 4-3-1-2, que pasaba por momentos a 4-3-3 en los primeros pases, sólo pudo generar alguno que otro robo cerca del medio tiempo e inicios del segundo, aunque no le dio réditos mayores.
En cuanto al Manchester City, Pep Guardiola tuvo claro que la protección del carril central a toda costa sería la norma que regiría el trabajo de su 4-4-2 sin balón. Primero, tanto en inicios como reinicios, los puntas se mantuvieron tapando las líneas de pase de David De Gea y los centrales hacia los pivotes, forzándolos a ir afuera. Y ahí, una vez que el balón llegaba al carril exterior, se controlaron las triangulaciones a partir de acosos diagonales al hombre que también prevenían la recepción de cualquiera de los mediocentros. Si era necesario compensar, entonces el segundo punta se sumaba para apretarlo y bloquear las salidas. En caso de tener la chance de girar al lado opuesto, ya también se tenía a Riyad Mahrez en zona intermedia esperando el envío.
John Stones afianza su renacer
Una vez más, como ha sido la tónica sostenida del último mes y la sensación general de las pasadas siete semanas, John Stones ha vuelto a probar que está tomando su último boleto con destino a afianzarse en la élite. La confianza que está recibiendo por parte del cuerpo técnico está cristalizándose cada vez más, dejando ver la que, hasta ahora, ha sido su versión más convincente en mucho tiempo. El central inglés sumó su tercera titularidad al hilo con un rendimiento potente, sobre todo tomando muchas buenas decisiones con la pelota. Prueba de esto son sus 83/86 pases completos (97% de acierto) con apenas tres pérdidas en el Derbi.
Pero, sin la bola, está convirtiéndose en una garantía defensiva que no se sospechaba hace unos pocos meses. Lo mostrado en la defensa de la profundidad ante Rashford, el control de altura de la línea, sus saltos en presión y duelos por bajo o alto (dos de dos en el césped y uno de dos en el aire) que está ganando a base de tensión y cierta superioridad física. Su consistencia se vuelve una revelación, un brinco casi definitivo del «quizás» que sigue siendo aun a sus 26 años. De cualquier manera, fue una de las mejores noticias de un Derbi que miró mucho más hacia el pasado, extrañando lo que desprendió a inicios del año, aunque también pensando en el día en que recobre la magia del aficionado en el graderío.