El salto cuántico del fútbol moderno ha traído consigo multitud de debates: ¿Posicionalismo o relacionismo? ¿Marcas al hombre o presión en intermedias? ¿Atraer o estirar? Cuestiones en las que no se trata de encontrar una respuesta adecuada, sino afrontar el juego desde distintos prismas y perspectivas. A la hora de analizar a un equipo hay que tener en cuenta multitud de factores, pero tal vez la primera pregunta que cabría hacerse es la siguiente: ¿Cuánta gente meten delante del balón?
Es una ecuación que no tiene respuesta, pero que los entrenadores deben inclinar por un lado. Incrementar el número de efectivos por delante de la línea del balón obviamente otorga al equipo mayores posibilidades en su fase ofensiva, dibuja más líneas de pase, permite más movimientos y hunde al rival. En el reverso negativo, eso también supone que el equipo queda más descompuesto en caso de pérdida, desnudando su transición defensiva. Si tienes más jugadores delante del balón, cuando ocurra la pérdida tendrás menor por detrás del mismo para protegerte ante el rival.
Es la pregunta que tuvo que responder por ejemplo Pep Guardiola en el verano de 2017 cuando, tras una primera temporada complicada en Inglaterra, centró todos sus esfuerzos en controlar el ritmo y las transiciones de la Premier League. Tener a un corrector de élite en la figura de Kyle Walker obviamente le ayudó, pero el entrenador catalán intervino desde la pizarra sabiendo que a veces menos es más, y que cerrar a un lateral en construcción o dejar a uno de los interiores en la base de la jugada te puede restar una altura ofensiva, pero te permite estar más junto y lograr una mayor continuidad.
El mismo curso que Guardiola dio con la tecla y el Manchester City batió el récord de puntos en una temporada en Inglaterra, surgió el primer gran Liverpool de Klopp. Si recordamos, en esa temporada 2017/18, a los de Anfield les gustaba formar en fase ofensiva con un 2-3-5, mandando a sus laterales muy arriba y colapsando el carril central. Esto resultaba en encuentros de un ritmo altísimo y muchas oportunidades, donde los Salah, Mané y compañía disfrutaban y vencían. No es casualidad, por otra parte, que ese Liverpool fuese una máquina contra los grandes, que le aceptaban ese intercambio de golpes, pero flaqueara ante equipos considerados de un nivel inferior, que se protegían en bloque ante su acumulación de jugadores y castigaban tras robo su desnuda transición defensiva.
De todos modos, si queremos mencionar al que seguramente sea el gran referente en esto de acumular a gente por delante de balón, ese es Ange Postecoglou. Recientemente Andoni Iraola, en una fantástica entrevista con Albert Blaya en Relevo, comentaba lo siguiente: «Me encanta su personalidad. Lo claro que tiene sus ideas. Cuando empecé a verle en pretemporada el pasado curso fui a un partido suyo ante el Shakhtar y veía que en primera línea solo había dos centrales, porque sus laterales juegan como si fuesen dos mediapuntas a ratos y pensaba que no soportarían las transiciones. Y lo hicieron. Es verdad que con el Cuti Romero y Van de Ven tienen a dos futbolistas hiper potentes a campo abierto, pero es muy valiente. Tienen un juego súper fluido, generan muchas ocasiones… Me encanta este Tottenham.».
Postecoglou hace con el Tottenham lo mismo que buscaba anteriormente con el Celtic o con el Yokohama Marinos. Sus equipos vacían su primera línea de construcción, dejándole toda la responsabilidad a sus centrales, mientras por delante acumulan jugadores y van abriendo líneas de pase. Un enfoque super ofensivo, casi suicida, pero que, como decía Iraola, sorprendentemente funciona. En el Celtic, por ejemplo, la tiranía del equipo de Glasgow a nivel nacional hacía que en liga solo se viesen las ventajas de ese sistema, ante equipos con poca amenaza atacando a campo abierto. Cuando tocaba ir a Europa, sin embargo, lo que en liga era valentía y atrevimiento se convertía en ingenuidad, pues los grandes equipos, con mejores nombres que el Celtic, castigaban hasta la extenuación esos planteamientos.
Lo contrario de estos planteamientos, de estas propuestas arriesgadas, es el fútbol de selecciones. Por dos motivos diferentes. En primer lugar, el poco tiempo para trabajar, que casi obliga a improvisar sobre la marcha, reduce los mecanismos y la compenetración entre los miembros del equipo. En segunda parte, lo muchísimo que hay en juego en los partidos de selecciones en torneos grandes, donde una derrota ya te puede mandar a casa, obliga a reducir los riesgos y protegerse mejor. En grandes competiciones internacionales los equipos construyen con mucha gente en primeros pases, llenando de efectivos la zona de construcción y ofreciendo muchas alternativas en corto al poseedor para no caer en una pérdida que te pueda exponer. Quizás, la mayor representación de esta tendencia fue el Mundial de Rusia 2018, donde la acumulación de jugadores en campo propio en salida de balón fue la gran tendencia táctica de la competición.
Como se ha dicho, optar por la propuesta valiente de acumular gente delante de la línea del balón no tiene cabida en el fútbol de selecciones, ¿no?
Alemania lleva los dos últimos grandes torneos —Mundial 2022 y Eurocopa 2024— instalada cómodamente en esa tendencia. Y aunque algunos pueden señalar que los resultados les han llevado la contraria, eso sería una visión reduccionista y simplista. Al fin y al cabo, en Qatar su juego fue mucho mejor que sus resultados, y el pasado verano tan solo caen en el último minuto de la prórroga en cuartos de final ante la futura campeona. No es ninguna casualidad que haya sido precisamente Alemania quien se haya sumado a esta corriente, ni tampoco los técnicos que la han llevado a cabo.
Como se viene diciendo desde hace varios meses, la Bundesliga es el laboratorio táctico de Europa. Donde se prueban ideas y se experimenta. La tendencia de sobrecargar un lado del juego está echando sus raíces en esta zona, al igual que la búsqueda por cargar de efectivos las últimas líneas del campo. Esto tiene su razón de ser. Los superequipos crean superequipos, y las ideas que vencen perduran. El fútbol alemán no ha conocido un mejor equipo en, como mínimo, los últimos 10 años que el Bayern Múnich de Hans-Dieter Flick. Un equipo que metía a todo el mundo por delante del balón, para que sus fantásticos constructores en primeras líneas (Boateng, Alaba, Thiago…) pudieran comportarse como quarterbacks que eligen la mejor opción entre todos los desmarques que se les abrían por delante.
Ese equipo tenía sus obvios problemas en transición defensiva, pero sus virtudes pesaron más que sus carencias y acabó triunfando. Y creando tendencia. Quizás el gran sucesor de Flick haya sido Julian Nagelsmann, que ha seguido optando por esta manera de afrontar el juego tanto en el Bayern como en la selección germana. Pero no es el único. Domenico Tedesco y Marco Rose en Leipzig, Edin Terzic en Dortmund o, el último en subirse, el primerizo entrenador Julian Schuster esta temporada en el Freiburg, un equipo que puede parecer suicida por su manera de afrontar los partidos.
Al final todo esto deriva en la otra gran tendencia táctica que está surgiendo en nuestros días. En un juego cada vez más estudiado y monotorizado, los jugadores que inician desde atrás ya no se quedan ahí, sino que se incorporan al ataque. Es cada día más común ver a efectivos de la primera línea acabando la jugada en la última, estirando y planteando nuevas preguntas a los sistemas defensivos rivales. Los centrales exteriores del Inter, los centrales del Bologna de Motta la temporada pasada, los laterales del Tottenham, Malo Gusto en el Chelsea, Gvardiol en el Manchester City, Hakimi en París… los defensas ahora muchas veces acaban las jugadas más arriba que los propios delanteros.
Se ha depurado tanto el juego en estos últimos años que las tendencias surgen y se popularizan a la velocidad de la luz. Y mientras sigue aumentando en ciertas partes la tendencia a querer atraer desde muy abajo para hacer saltar a la presión rival y jugarte un 2×2 o 3×3 en campo rival, especialmente aquellas escuelas surgidas de la idea de fútbol de Roberto De Zerbi, en otra parte de Europa se está tendiendo a todo lo contrario, a vaciar primeras líneas, pasar e irse, y llenar de soluciones el campo rival a cambio de plantear incómodas preguntas en el propio. Porque esto no va de que una forma de jugar es mejor o peor, tan solo un simple recordatorio de que el fútbol, en toda su extensión, sigue siendo infinito.