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Los Reyes Magos tienen el cielo ganado. Porque serlo, implica compatibilizar un día a día plagado de obligaciones, muchas veces ingratas, con una responsabilidad que quita horas de sueño. Sueño de unos niños que esperan ser sorprendidos, y sueño propio, de quien tiene que ingeniárselas para sacar lo mejor de sí mismo sin pedir nada a cambio. Y cuando ya la faena está hecha y las cartas puestas sobre la mesa, nunca mejor dicho, muchas veces los que sorprenden son los propios zagales con su reacción. En el caso de quien les escribe estas líneas, fue con una anécdota que no debería extrañar a los lectores más fieles, a quienes conozcan mis pedradas. La de una mañana donde recibo unas zapatillas “de vestir” que diría mi madre –como si el resto no fuesen una vestimenta–, me las calzo para ir a ponerme al día con unos amigos que también me enseñan sus regalos, y, mientras, acudimos al bar del pueblo a recoger unos últimos presentes que pidió el Ayuntamiento para nosotros. Unos sobre los que no teníamos grandes expectativas, por utilizar un eufemismo.

Como no podía ser de otra forma, nos encontramos con algunos artilugios que mi mente ya ha eliminado. Qué le vamos a hacer si somos de memoria selectiva. Pero los partidos duran 90 minutos, con su descanso, sus pausas de hidratación y con lo más importante: su descuento. Hasta que el árbitro pita el final, todo puede suceder. Incluso, que un niño del pueblo no se presente allí y su regalo sea un balón que se reparta entre quienes tuvieron fe hasta los instantes finales. Es ese momento en el cual un servidor y la pandilla nos olvidamos del primer cachivache que abrimos en dicho local, y hasta de qué llevábamos puesto en los pies aquella mañana del 6 de enero. Ya nada importaba, nuestro único cometido era ir a probar si aquél esférico cogía buenos efectos y si era apto para practicar las folhas secas que tan de moda estaban entonces. Todo ello, mientras mis padres me advertían que aquella idea iba a enfadar a los Reyes Magos. Pero así son los regalos, capaces de sorprender al más pintado. Y esta historia, por raro que parezca, tiene algo que ver con lo que le ha sucedido este verano al Bayern München.

La carta de Nagelsmann a sus majestades, la cual mandó por anticipado el pasado verano, seguramente contenía nombres de sus alumnos aventajados en Leipzig. Un Sabitzer o un Upamecano que hicieron sonreír al técnico, cuando supo que les vería a diario. Pero, al igual que nadie daba un duro por que mi pandilla saliese con un balón bajo el brazo de aquel establecimiento público, Julian está sorprendiendo a Baviera por recrearse cada semana con un juguete que, si bien él no probó hasta hace unos meses, ya estaba en el baúl muniqués. Quizá no podamos decir aún que Leroy Sané sea el artefacto favorito del joven estratega teutón, pero sí que es con el que más se está entreteniendo. Y uno de los que más nos hacen disfrutar a los aficionados. Esta versión del atacante alemán no solo es muy divertida, sino también muy útil y definitoria. Sobre él, Nagelsmann está construyendo un equipo y esculpiendo unos matices que diferencian a este Bayern respecto al de Flick.

El 4-2-3-1 base permanece inalterable sobre el tapete, aunque la primera gran diferencia se encuentra en la manera en que se transforma el dibujo a la hora de atacar: mucho más profundo por izquierda que por derecha en lo que a laterales se refiere, altamente asimétrico en lo que a los extremos les concierne. Mientras Pavard es un lateral diestro que tiene la importante función de brindar superioridades numéricas en salida de balón, situándose muchas veces como un tercer central, Alphonso Davies está mucho más ligado a dotar al equipo de amplitud y profundidad por el flanco opuesto. Y esta característica, cada vez más frecuente en el viejo continente, repercute directamente en los roles que desempeñan los teóricos jugadores de banda. Teóricos, porque en la práctica son Kingsley Coman o Serge Gnabry quienes se encargan de estirar, abrir el campo y encarar por banda derecha; mientras en la izquierda, Leroy Sané, pese a jugar a pierna natural, abandona con frecuencia el costado. El jugador internacional con Alemania –hijo de Souleyman Sané, un exfutbolista senegalés y actual agente deportivo–, es más un mediapunta que un extremo. Tiene mayor incidencia en carriles interiores que pegado a la cal.

Highlights Real Madrid 3-4 Schalke  |  Vídeo: Realmadrid.com

Algo que llama la atención, porque a Leroy le conocimos, mayoritariamente, un 10 de marzo de 2015, cuando asaltó el Santiago Bernabéu. Lo hizo jugando a pierna cambiada, con la elástica del Schalke 04, y puso en jaque al Real Madrid vigente campeón de Europa con Ancelotti. Sucedió en unos octavos de final que apenas eran su debut en Champions. Aquel día se sacó un zurdazo que ni Casillas vio venir y asistió a Huntelaar en el 3-4 final con el que a punto estuvo de dar la campanada el cuadro de Gelsenkirchen. Precisamente, en aquel Schalke 04 de Di Matteo y, posteriormente, de André Breitenreiter en la 15/16; se acabó asentando como extremo derecho, aunque en la mencionada visita a Madrid ya dejó entrever que le gustaba asomarse a los pasadizos interiores del campo. Probablemente fuese en Manchester cuando más desarrolló las virtudes que hoy tanto le lucen en el Bayern, existen pocas dudas de que Guardiola le inculcó una interpretación del juego privilegiada en los cuatro años que coincidieron en Inglaterra. Pero Pep pasó a utilizarle abierto, a banda natural, por la izquierda.

La explosión del actual Leroy Sané hay que atribuírsela, sobre todo, a Nagelsmann y a un `Hansi´ Flick que también está dándole bastantes libertades posicionales en la Mannschaft. Y eso que Löw sacó una buena versión de él. Algo que podemos catalogar como un matrimonio de conveniencia en clave Bayern, porque si bien el jugador nunca fue hasta esta 21/22 el que esperábamos antes de su grave rotura en el ligamento cruzado –con la pérdida de explosividad y confianza que eso conlleva, acentuado en un virtuoso cambiando de ritmo y dirección–, Julian ha encontrado en él a su segundo jugador indetectable. El primero, obviamente, un Thomas Müller que ya desde hace algunos años evidenciaba que se doctoró en «Cinismo Ilustrado» por la Universidad de Múnich, con matrícula de honor. El «25» siempre sabe qué zonas pisar para acuchillarte o hacer que te acuchillen donde y cuando menos te lo esperas. Pero es un futbolista de último tercio del campo.

El actual Sané es más un playmacker que el driblador que fue. Flota por el verde, asume una mayor cuota de balón, desciende con frecuencia a la base de la jugada, regala ventajas en esa parcela por su cierta habilidad en espacios reducidos, conduce los ataques mientras atrae miradas y, todavía, le queda energía e interpretación para marcar la diferencia en el área rival o en sus inmediaciones. En la era de las presiones, donde es habitual ver muchos emparejamientos uno contra uno, el “10” bávaro es capaz de hacer que su par no pueda perseguirle, de reconocerse como «hombre libre» y hacer progresar a su equipo interviniendo en múltiples alturas. Nagelsmann y Sané se necesitaban, se encontraron y congeniaron. Juntos han mejorado, siguen mejorando y seguramente vayan a mejorarse paulatinamente aún más.

El día que Nagelsmann apareció para cambiar la vida del Hoffenheim

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Iñaki María Avial
Periodista · 1997 · España | Kaká me enseñó desde San Siro que en el fútbol la magia importa, Gerrard se fue a Estambul a confirmarme que la mentalidad prevalece. También soy `Chiellinista´. Delante de un micrófono, como dijo Michael Robinson, "estoy muy ocupado, pero no siento que esté trabajando".

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