Todo lo que sucede en el futbol mexicano está regido por un ente poderoso, pero vacío: el resultado. Se ve de tal modo porque en nuestro país nadie parece entenderlo. Nadie entiende por qué llega o se niega. Mucho menos existe el más mínimo reparo en torno a los motivos que mantienen a un equipo cerca o lejos del mismo. Bajo esa tónica es que los procesos han perdido cabida. Y cada vez que uno de ellos asoma intenciones, este fenómeno —del cual todos en la industria hemos sido participes— termina por aniquilarlo.
Pero, el pasado domingo, León no hizo más que consumar lo que había venido fraguando durante dos años y priorizando desde que regresó al máximo circuito. La octava estrella no es nada más que la evidencia que legitima el proyecto, el trabajo y el desarrollo de un modelo de juego que siempre se planteó hacer frente a los retos que el ataque posicional demanda a través de soluciones desde la pizarra y con el balón como gran aliado.
Para el partido definitorio, Andrés Lillini repitió tanto su estructura base como a sus elegidos, mientras que la suspensión de Jaine Barreiro influenció el planteamiento esmeralda. A fin de subsanar la baja, Ignacio Ambriz echó mano de Ignacio González, quien jugaría su último partido como futbolista profesional. Además, el estratega dio entrada a Emmanuel Gigliotti en lugar de Campbell y permitió a Luis Montes retrasar su posición, prescindiendo de José Iván Rodríguez y habilitando a David Ramírez como extremo por izquierda. Con ello, liberó a Jean Meneses por detrás del punta.
A pesar de que los instantes iniciales no ofrecieron ventajas significativas para ninguno de los dos finalistas, La Fiera rápidamente le lanzó a la zaga auriazul un reto en forma de desmarques con el firme objetivo de disminuir la altura de la línea y conseguir asentarse en su terreno. Y si esta no cedía, amenazar al espacio. Sabiendo lo que implicaba regalar metros, Pumas no retrocedió un paso y optó por tomar la segunda opción con un Johan Vásquez consolidado en dicha especialidad.
No obstante, la sapiencia de Gigliotti pudo más. El Puma fue cambiando de ritmo y trazó una ruptura en diagonal frente al defensor universitario, quien fue impreciso en el salto y lo dejó habilitado con todo a su favor para vencer a Alfredo Talavera. Tras el éxtasis de la anotación, el banquillo local se volvió a ver exigido a modificar sus piezas. Esta vez, a raíz de la lesión de Ángel Mena. El cambio no fue inconveniente; con la entrada del costarricense Joel Campbell, la polivalencia de David Ramírez continuó su andar, pues se mudó a la banda derecha. Más tarde en el juego, retrocedería metros para plantarse como un lateral al uso.
El control prevaleció en la zona baja de León a partir de recorridos claros y oportunos. Al tiempo que Aquino se identificaba como el escudo que protegía al equipo de cualquier desequilibrio, Mosquera caía a banda para compensar las subidas de Navarro. Y cuando el juego directo de Pumas hizo mella en el área, Ignacio González dejó una entrada providencial sobre Vigón que seguramente terminará por enmarcar su importante carrera.
La parte complementaria sacó el lado pragmático de Ambriz. Era turno de los capitalinos. Sin embargo, las ideas se agotaron en lo individual y en lo colectivo aún con Iturbe en el campo. Y, después del tétrico choque de Vásquez, la inoperancia se transformó en desesperación. Iniestra pasó a la central y el bloque quedó más expuesto que nunca. En una mala salida de Freire, con un par de pinceladas dignas del mejor jugador del torneo, Luis Montes escondió la pelota, giró y asistió a Yairo Moreno para sentenciarlo todo.
Aunque no se puede demeritar el trabajo que hizo Pumas para competir siempre por encima de sus posibilidades e imponerse a la adversidad con un modelo de juego igual de reconocible, dejando de lado fijaciones y preferencias, da la impresión de que el título del León es lo mejor que pudo pasarle al futbol mexicano en un año como este, donde la reflexión es obligada e incesante. La prueba ya está certificada, pese a que, quizás, ni siquiera era algo necesario. Los proyectos bien planeados, financiados y trabajados —en cada una de sus aristas— dan resultados. Y más preciados son si como valor añadido tienen el atrevimiento y el sometimiento con balón, una propuesta que simple y sencillamente no existe en la liga.
La Fiera decidió hacer las cosas de manera distinta en el área de inteligencia deportiva, en el banquillo y en el terreno de juego. Por ello, un proyecto así sólo podía encontrarse con un desenlace de esta naturaleza. León es diferente. Es el mejor y, ahora, por octava ocasión en su historia, es campeón del futbol mexicano.