Reconocer lo que sucede a tu alrededor te deja siempre un paso por delante de la situación. La convicción, por su parte, te permite explotar dichas ventajas. Cruz Azul enfrentó a Pumas sabiendo con lo que iba a enfrentarse y, a su vez, la manera en que iba a gestionar las superioridades que el plan y la ejecución de este iban a provocar. Una cosa hizo factible la otra. Fue tal el embate que, con toda la inercia a su favor, La Máquina marchó imponente y sin contratiempos.
La serie entre Pumas y Pachuca (sobre todo el partido de vuelta) no pasó desapercibida para Robert Dante Siboldi. En aquel cotejo, los Tuzos destaparon la descoordinación en el doble pivote auriazul, el deficiente comportamiento colectivo tras las constantes pérdidas y la incapacidad del equipo de Andrés Lillini para recoger segundas jugadas con consistencia. Los hidalguenses fallaron de cara al marco, pero dejaron pistas que el estratega uruguayo no dudaría en utilizar.
A pesar de repetir la oncena de liguilla (salvo el ingreso de Orbelín Pineda por Elías Hernández), la propuesta y el parado cambiaron de nueva cuenta con ayuda de la versatilidad y disposición de Ignacio Rivero. Cruz Azul dibujó una línea de cinco bastante flexible al comienzo con el ex jugador de Tijuana como carrilero y Juan Escobar como central exterior libre para abrirse cuando el equipo ganaba profundidad; la variante estuvo enfocada a propiciar superioridad numérica frente a la dupla de atacantes conformada por Dinenno y González. Mientras dos centrales iban mano a mano, el que sobraba se activaba para ganar el rebote o se anticipaba al envío.
En consecuencia, tanto Rafael Baca como Luis Romo obtuvieron la licencia para apretar más adelante, embestir en los duelos individuales y disfrutar del recital de pérdidas del conjunto universitario (más de 20 en la primera mitad), así como de los inmensos espacios para transitar. El segundo sacó rédito de ello al primer minuto de juego. Pablo Aguilar se sumó a la causa provocando la jugada del segundo gol, y Orbelín Pineda, como ya es una costumbre, canalizó bien su hiperactividad tras el robo y abrió la puerta del tercero.
A partir de esto, no soltaron más el control del encuentro. La inspiración y la energía estaban en un punto tan alto y la superioridad tan reflejada en cada palmo de terreno que era imposible hacerlo. Después de la lesión de Aldrete, la línea de cinco se estableció por completo, sobre todo para proteger las subidas de Joaquín ‘Shaggy’ Martínez y apoyarle en sus intervenciones a perfil cambiado.
Contexto y guion volvieron a ser familiares. Como contra Tigres, Cruz Azul retrocedió metros, defendió su área con el cuchillo entre los dientes, amenazó en transición y, lo más importante, nunca dejó de sentirse cómodo. Nada de eso hubiera sido realidad sin la influencia entre líneas de Roberto Alvarado y Orbelín Pineda, encargados de impregnarle a las posesiones el ritmo que estas necesitaran. A veces pausaban para juntarse y en otras tantas aceleraban.
Siboldi y los suyos no se conformaron. Mucho menos lo hizo la locomotora que lleva por nombre Luis Romo, quien, además de hacer gala de su lectura de juego, combatividad y despliegue físico durante los casi 100 minutos de partido, una vez más pisó el área rival con gran autoridad. Cruz Azul tiene credenciales de finalista, reconoce el entorno, al de en frente y a sí mismo. Por eso, sólo un paso lo separa de la cita máxima por el ansiado título.