El fútbol, como digo siempre, es caprichoso. Y lo es porque, por ejemplo, en la exótica y siempre indescifrable Liga MX, se van a reencontrar dos canteranos del Sporting de Gijón: Álvaro Fidalgo y Jorge Meré. Y, además de ser caprichoso, el fútbol es como uno de esos amores veraniegos que, pase el tiempo que pase, siempre estará ahí para brindarnos nuevas alegrías, haciéndonos olvidar que se trata de algo efímero y cíclico, y ayudándonos a reconciliarnos. Nos reconcilia con nosotros mismos, con nuestro círculo más cercano y con el fútbol, extrapolado al símil de un insignificante y pasajero amor de verano. Pero nos gusta e, irremediablemente, sucumbimos a sus encantos, a sus estímulos, adrenalina y, por supuesto, nos ilusionamos; porque las ilusiones, fugaces o no, nos alejan de la racionalidad y nos acercan a los impulsos.
La llegada a Coapa de Jorge Meré ha sido, en primer lugar, sanadora. Su irrupción en las categorías inferiores del Sporting de Gijón fue un torrente de optimismo, idiosincrasia y sentido de pertenencia. A sus 17 años, asumió responsabilidades y galones que no le correspondían para responder sobre el terreno de juego, con el poso de los más experimentados y la ilusión de quienes todavía no han llegado pero anhelan hacerlo. Un cóctel emocional y futbolístico destinado a dejar huella. Dos años después de defender los colores del equipo de su vida por primera vez, la Bundesliga, de la mano del Colonia, llamó a su puerta, ofreciéndole unas condiciones excelsas, a la altura de su nivel y margen de mejora. Un proyecto, a priori, confeccionado para desarrollar talentos emergentes y para esculpir piezas de altísimo nivel. No obstante, su periplo en el fútbol alemán fue de más a menos. Pero los altibajos también forman parte del amor; son, posiblemente, más comunes de lo que creemos.
Además de sanadora, revitalizadora. Savia fresca y nueva para un equipo falto de jerarquía, de ilusión y, sobre todo, de rigor táctico. Convertir la reactividad en proactividad. Transformar el pragmatismo en riesgo, manejando registros suficientes para no caer en excesos. Sin ser excesivamente exuberante, físico o imponente, Jorge Meré dispone de unas cualidades notables, aunque sus apariciones residuales en sus últimos bailes de la Bundesliga inviten a pensar que se trata de una pieza carente de rodaje y regularidad. Desde la colocación y la lectura de juego, el canterano del Sporting de Gijón se erige como un soldado más a la causa. La complementariedad de las piezas, en la misma línea, también será clave. Acostumbrado a acompañar a centrales más físicos (Jesús Vallejo, Luis Hernández o Jean-Sylvain Babin), luce como corrector. Un típex constante y preciso.
De igual forma, Jorge Meré destaca por su capacidad para defender hacia adelante, por su facilidad para simplificar la defensa de área, contexto básico y fundamental en el que una línea defensiva debe sobresalir, y por su salida de balón. Conducciones pulcras para eliminar líneas de presión rivales, trazos en largo para nutrir a los atacantes y, todo ello, sin asumir riesgos. O sí, quizás los asume, pero su fútbol refleja lo contrario. Como el mago que hace desaparecer monedas, parece sencillo, pruebas y no lo es. Y eso, en un contexto tan complicado y exigente, es oro puro.
Ahora, el Club América brinda a Jorge Meré la oportunidad de reencontrarse consigo mismo, con Álvaro Fidalgo, compañero de batallas y amigo, y con el fútbol. Como si de un amor veraniego se tratase. Salir de una relación de cuatro años, lejos de casa, para regresar a donde fuiste feliz, con quien fuiste feliz, para volver a sonreír, aunque siga siendo lejos de casa, pero sintiéndolo como hogar por la confianza.
Amores de verano, fútbol e idiosincrasia. Reencuentros, redenciones y segundas oportunidades.