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Nunca nadie había regalado noches de tanto fútbol en El Madrigal como aquel argentino empeñado en jugar como se hace en el potrero. Cada contacto de balón era una historia diferente, un relato por contar, una nueva reacción del público que respondía a la preponderancia de su magnífico ídolo. Juan Román veía juego donde difícilmente podía haberlo, porque la inventiva de un artista inspirado se escapa de cualquier previsión. Pero el fútbol, decidido a ser severo en aquel 25 de abril de 2006, quiso transformar el nombre de Riquelme en un doloroso recuerdo para aquel pueblo rendido.

Una de las tantas almas que presenciaron in situ aquella trágica noche de primavera responde al nombre de Pau Torres, aficionado local desde su juventud y ahora icónica figura del Villarreal. Un Villarreal que, 15 años después, enfrentará de nuevo al Arsenal en unas semifinales europeas. Y lo vuelve a hacer con uno de los jugadores más imaginativos y divertidos del continente: Gerard Moreno Balagueró. Un tobillo elástico como el chicle, dominante por su plasticidad y expresivo en sus intervenciones, capaz de inventarse espacios y explotarlos como solo los genios saben hacerlo.

El jugador diferente de Emery

La llegada de Unai Emery a Villarreal no solo ha supuesto un boom colectivo respecto a etapas anteriores, sino que también ha servido para exprimir ciertas individualidades que, supeditadas a su idea de juego, dejaron atrás rendimientos bajos o descubrieron la cara positiva de la moneda. El arranque de temporada de Moi Gómez fue estelar, principalmente porque el sistema le permitía encontrar su mejor fútbol pisando varios carriles y sumando registros en un espacio clave para su equipo. Las subidas por banda de Alfonso Pedraza también han sido potenciadas por el sistema desde el primer día, y su respuesta no ha podido ser mejor. Y qué decir de Manu Trigueros, generalmente ubicado a espaldas del centro del campo rival, quien está brindando de nuevo lo mejor de su juego para dejar de lado ciertos grises de su carrera.

Pero, en esta orquesta, Gerard Moreno es la nota discordante dentro de su perfecta armonía propia. Es un productor compulsivo, un jugador que en cualquier circunstancia puede regalar el momento diferente del encuentro, aquel por el que un aficionado paga encantado su boleto. Lo más escandaloso de su fútbol, en este sentido, no es tanto el gran acierto de sus decisiones, sino más bien la velocidad con que aplica y ejecuta sus acciones, como si gozase de un algoritmo que opera de forma continua en su cabeza para conducirle hacia la decisión más productiva… Incluso antes de contactar con la pelota.

Una aproximación a su fútbol

En este Villarreal de Unai Emery, cuando su equipo domina a través del cuero, Gerard Moreno queda generalmente situado en zonas intermedias por derecha, también a espaldas del centro del campo rival, mostrando una obsesión enfermiza por generar ventajas y respondiendo con bailes cuando el central rival logra increparlo con su anticipo. Generalmente se relaciona a través de descensos, chocando con la trayectoria de la pelota (es decir: no la recibe estático, sino que el primer contacto suele producirse mientras se ofrece en apoyo). Así, sacando casi siempre de zona al central cuando éste trata de hacerse con su referencia, muestra también una gran habilidad para activar terceros hombres y poner de cara al compañero liberado.

Imagen
Gerard Moreno 2018/19 vs 2020/21 (vía StatsBomb)

En cuanto a su técnica, o lo que pueda llegar a provocar gracias a estas asociaciones de espaldas, se aprecia que su primer control durante estos descensos le sirve casi siempre para dormir la pelota, acomodársela u orientársela mientras procesa el entorno y pondera opciones, a las cuales acude con una rapidez fuera de lo común. Pero es justo -y solamente- aquí, en este primer momento con balón, cuando Gerard Moreno se vuelve un jugador terrenal si hay una marca fuerte que le incomode en la recepción. Su primer control es algo irregular, quizá producto también de esa ansiedad por querer girar de inmediato, mientras choca con el trayecto de un pase raso y tenso, bajo una marca que tiende a ser agresiva.

Pero, inmediatamente después de este primer control, o incluso a veces llegando a saltarse este punto, detectar al ariete catalán con un anticipo continuado únicamente genera espacios en el bloque. Su primer control es alcanzable para el defensor más atento, pero en el segundo ya se ha puesto en ventaja y su mente solo piensa en el espacio más productivo para ser atacado. De hecho, Gerard Moreno es un caso paradigmático que sirve para explicar por qué no hace falta ser el más veloz espacialmente para resultar demoledor al contragolpe: basta con saber leer los espacios en el momento de la transición, con gozar de ciertos gestos técnicos para salir de la contrapresión rival y con mantener la mente fría en momentos que tienden a inducir a la precipitación.

El dominio del desmarque

Pero un jugador, y más de este nivel técnico e interpretativo, no goza de tiempo-espacio para la recepción por gracia divina. Todos estos contactos, inicialmente irregulares pero dominantes en su desenlace, tienen como explicación un gran control del cuándo y el dónde en sus desmarques, que luego dan sentido al porqué. Cabe recordar que Gerard siempre aparece descendiendo para huir de su par primero y aprovechar aquel espacio libre después; casi nunca recibe fijado, principalmente porque su dominio del duelo cuerpo a cuerpo tampoco es precisamente alto.

Y ya no son solo sus descensos en apoyo: su respuesta ante rivales que tratan de defenderle cortándole líneas de pase, además de ser un trabajo kamikaze para su oponente, es un ejercicio divertido para el espectador por cómo busca engañar una y otra vez con movimientos de ida y vuelta. En el área, esto se traduce en un brutal olfato para aparecer sobre espacios libres. Y su definición, que a cada partido mejora como el vino (seguramente por aquello de que el talentoso sorprende por su capacidad para imaginar donde nunca hubo nada), le ha llevado a situar su nombre, y el de su club, en una nueva esfera futbolística. Tan solo falta por ver si, tres lustros después, existirá redención para el genio de Juan Román.

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Manu Escuder
Periodista, analista y scout. Formando y formándome. También escribo en Revista Panenka.

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