No debe de ser fácil planificar una temporada nueva tras ser campeón de Liga. Dónde poner el foco: ¿retocar levemente posiciones secundarias que suban el nivel de la plantilla?¿Redirigir el rumbo comprando potenciales titulares que doten de competencia interna y versatilidad a la misma? Sea cual sea la respuesta, el Atlético de Madrid se decidió por regar de calidad y variantes ofensivas a su delantera y mantuvo casi intactos su defensa y centro del campo, con la excepción de Rodrigo de Paul. Tras el comienzo de temporada, la suma de perfiles y la baja de Trippier dificultaron la convivencia y todo se complicó.
Esta narrativa tiene ya recorrido en el Atlético de Madrid. En ella, se dan cita dos líneas perpendiculares que confluyen en un momento de la temporada: el mes de febrero. Hasta esa fecha, tras la finalización de la campaña anterior, Simeone, cuerpo técnico y dirección deportiva analizan y diagnostican qué funcionó y qué no. Y atacan el mercado. Una vez la plantilla se cierra, el Cholo hace de alquimista y mezcla sus principios de juego con las características de sus jugadores hasta dar con un sistema nuevo. Y suele conseguirlo.
Sin embargo, en su última planificación, el técnico argentino conviviría con una serie de jugadores que vienen dando forma a ideas muy relacionadas con la fluidez ofensiva y no tanto con la consistencia y la solidez. Si uno observa las características físicas y técnicas de los dos puestos que rodean al mediocentro, los dos puntas y los dos hombres de banda, encontrará jugadores muy ofensivos y verticales. Por eso, el entorno comenzó a debatir por qué necesitaría Simeone a Griezmann si ya contaba con Joao Félix, Ángel Correa, Thomas Lemar, Rodrigo de Paul, Yannick Carrasco, Matheus Cunha, Luis Suárez o Marcos Llorente mientras no tenía lateral izquierdo suplente o sólo cuatro centrales usando tres de inicio. ¿Por qué cinco delanteros?¿Por qué una plantilla tan volcada en multiplicar las opciones ofensivas?¿Por qué Antoine?
Aunque no es un argumento de peso en los análisis previos y posteriores, una de las consideraciones importantes dentro de un proyecto deportivo que disputa varias competiciones a lo largo de nueve meses es que guarda la capacidad de sorprenderse, tanto anticipándose al desgaste como solucionando una crisis desde el cambio de sistema o el mercado de invierno. Como ocurre en casi todas las cuestiones que el aficionado ve con urgencia y el profesional con mucha más reflexión para no caer en la histeria, la temporada, por muy larga que pueda hacerse, siempre tiene oportunidades de cambio; la carga de partidos, las lesiones, y los recursos y características de la plantilla pueden permitir al entrenador ser piedra, papel o tijera, más en el caso de este Atlético, quien nunca ha tenido, a nivel ofensivo, tantas variantes para crear jugadas o plantear partidos. Y aquí entra, por tanto, en consideración la segunda de las líneas argumentales y temporales que experimenta el conjunto rojiblanco con cierta frecuencia.
Cuando Simeone cierra el mercado aprovechando el descontento de Griezmann en el Camp Nou, seguramente no esté pensando en cómo repartir minutos y crear sociedades con los demás delanteros. Con el francés, además de comprar el gol que Luis Suárez podía dejar a deber tras una segunda vuelta bastante más escueta, Simeone se guarda un as en la manga con el galo por si aparece una crisis y consecuentes trincheras con las que rememorar el cholismo alrededor de una hoguera. Febrero, marzo y abril no sólo son meses de alto valor competitivo y mayor presión ambiental, mediática y grupal, sino también meses donde históricamente, el Atlético de Simeone, por muchas expectativas que se crearan previamente, regresa a sus orígenes.
Y ahí, ningún otro futbolista como Griezmann le ha permitido, tanto abandonar su permanente refugio para crear algo nuevo, saliendo a buscar nuevo caminos para ganar partidos, como volver a él a mitad de curso, cuando el Atlético se enfrenta a los mejores. Un momento donde volver a sentirse tácticamente pequeño y emocionalmente grande; jugar a ser inferior y disponer de un delantero ya educado y convencido en la presión, la recuperación, la ayuda en banda o la resistencia psicológica. Llegados febrero y marzo, y tras la peor crisis de resultados de todo el historial, Simeone fichó a dos jugadores concentrados y consistentes -Mandava y Wass-, convirtió las lesiones de Lemar y Carrasco en oportunidades para apuntalar el centro del campo con jugadores más consistentes y apartó a Luis Suárez de forma drástica para dar entrada a Griezmann, su monaguillo predilecto.
El francés, cuestionado por su marcha, es venerado por su entrenador porque resume como ningún otro futbolista cómo funciona la cabeza del Cholo a lo largo de todo un año. Antoine es el Principito en los albores de la temporada, cerebro en el Atlético más atrevido, pero también yunque, clavo y alcayata cuando, como esta y otras tantas veces, Simeone, obligado por las circunstancias, regresa a la fragua. Por eso sabía que lo iba a necesitar.