Neymar y Leo, otra vez. Como hace unos años, pero a la inversa. Messi lo recibió en Barcelona, Neymar lo abrazará en París. Lo curioso es que el argentino ya consagrado como una superestrella del fútbol mundial que acogió a aquel brasileño prometedor que bailaba sobre la pelota en la Copa Libertadores y cuyo fútbol era tan eléctrico y vertical como lógicamente bisoño para la espinosa esfera europea, será recibido esta vez por un carioca ya curtido y maduro, cuyo estilo de juego ha mutado hacia la esencia más pura del balompié sudamericano. Y quizá sea este paralelismo entre los dos una de las causas, amén del sinfín de emociones que genera el hecho de contemplar a Lionel fuera del club de su vida, por las que su histórico arribo a París suscite tales sensaciones de júbilo, pasión y adoración en propios y ajenos a la entidad.
¿Qué es Neymar hoy? Lo cierto es que resulta delicado encasillar tal explosión de talento en una categoría de jugador, como también lo es que su fútbol desde su aterrizaje hace cuatro años en la institución parisina raya en el de un mediocampista ofensivo, no necesariamente un delantero, que dirige el juego desde la mitad del terreno y la escoge como su parcela favorita, y cuyo perfil colectivo es mucho más vasto que el que la mayoría, con frecuencia cegada por los prejuicios asociados al jugador, sería capaz de admitir. El brasileño ha madurado, su estilo de juego ha metamorfoseado y con ello nos ha entregado una versión muy atractiva que asegura el disfrute del espectador. Menos vértigo y electricidad, mayor pausa y tiempo para dinamitar tanta agilidad e ingenio.
Repasando sus mejores combinaciones en Barcelona, es lógico creer que Neymar y Messi han nacido para jugar juntos. Lo dicen los avasallantes números que generaron y lo expresaban sus gestos corporales al asociarse. Pero en la actualidad, cuatro años luego de su trágica separación, produce insomnio imaginar lo que estas versiones, tan hipnóticas, artísticas, cargadas de magia y, sobre todo, maduras, podrán entregar otra vez al espectador corriente, tan acostumbrado al exceso de control y pase que abunda en el panorama del fútbol de los últimos años y que, en cierta medida, ha arrasado con la gambeta seductora, aunque esta siga presente en los pies de, justamente, fascinantes genios como los dos en cuestión.
Este Messi, el más reciente, el de la Copa América, el que finalizó el torneo como líder goleador y asistidor, quizá vaya a ser más recordado por haberse llevado la copa que llevaba años deseando levantar. Pero en términos futbolísticos, o futboleros, a pesar de haber perdido esa punta de velocidad, cierta aceleración y de estar mermado físicamente, este Messi a nivel gambeteador, protector del cuero y compañero de la pelota aunque le costase golpes enemigos, es digno de un sitio importante dentro del maravilloso cajón de recuerdos que abriremos en el epílogo de su trayectoria. Casualmente, coincide con la versión más estética, también, de un Neymar que bailó sobre el esférico como quizá nunca antes lo había hecho y que, a pesar de haberse quedado en las puertas de conquistar el trofeo, volvió a enamorar a un nostálgico continente en el verde.
Aquella conversación acompañada de genuinas carcajadas en el colofón de la final de la Copa América, que los tuvo como protagonistas y que reflejó lo más auténtico del fútbol, su esencia y su más puro objetivo lúdico, mostrándolos como si acabasen de jugar un picado entre amigos cuando en realidad representaban los colores de las dos selecciones más gloriosas de Sudamérica, ya entregó al espectador ciertas ansias de necesidad por volver a disfrutar de dos talentos de lo más impresionantes de la historia del balompié nuevamente juntos en un terreno de juego. Para el mismo equipo, compartiendo colores, deseos, ilusiones y pelota. A la par otra vez… aunque nadie esperaba que fuese tan abrupto.
Está claro que será una tarea tan estimulante como compleja para Mauricio Pochettino el tener que anexar y administrar tanto talento, regateando la presión que aficionados y prensa arrojarán sobre su figura. Quizá —y aquí entrará en juego el papel del entrenador— Neymar y Messi puedan fabricar juntos una deslumbrante dupla que se reparta armónicamente la confección de cada ataque, que combine, lance y, lo que es la especialidad de cada uno, gambetee hasta el último rival que se anime a saltar a la marca. Por parte del hincha del fútbol… no quedará más que agradecer la primera pared, la primera asistencia, la primera mirada de entendimiento natural y el primer abrazo de gol entre ambos. Y es que, irrebatiblemente, el futbolero reconoce al que le obsequia algo distinto.