El jugador que de algún modo se acaba de despedir del fútbol que él ayudó a crear no sólo merece ser recordado sino que debe serlo, pues resulta una obligación prácticamente moral después de haber expiado muchos de nuestros pecados como aficionados a través de Marcelo Vieira. El brasileño es una leyenda por muchas cosas, que trataremos de enumerar y profundizar hasta donde nos deje nuestro vocabulario y nuestra memoria, la que aún tiene presente, por otro lado y por si algunos no lo recuerdan, que Marcelo fue visto como un elemento sospechoso al que dejar en el banquillo o, en el mejor de los casos, borrarlo como lateral y colocarlo lo más arriba posible, como si eso salvara su juego y también su maltrecha espalda. En cierto modo, el ‘12’ se explicó mejor que de ninguna otra forma cuando logró derribar ese muro, que fue trinchera, a través de los años: su talento fue tan trascendental que, a base de contarle al fútbol que él siempre fue otra cosa alejada de lo racional, terminó por demostrar que, como su tocayo Bielsa, un hombre con ideas nuevas es un loco hasta que éstas triunfan.
Lo racional. La forma de discurrir del futbol con respecto a las posiciones defensivas no discernía a su llegada -sigue haciéndolo, aunque menos -entre las diferentes formas que existen de equilibrar un equipo a través de la relación entre los jugadores, entendiendo que un lateral tenía que presentar virtudes defensivas al figurar como defensa en las alineaciones. Y no faltaba razón, siendo a veces justa la sentencia. Pero aquel sumario quedaba demasiado incompleto. En él, el camino y la narrativa más visceral se recorría así: Marcelo atacaba demasiado y defendía mal, así que el rival sólo tenía que colocar jugadores abiertos y verticales para atacar su espalda o el segundo palo y ya estaría, el balance arrojaba pérdidas y, por lo tanto, el jugador no compensaba. Para darle la vuelta a ese balance, Marcelo se encargó de llegar a sitios, tanto en el qué como en la forma, de igual importancia, que ningún otro lateral había llegado a nivel de ingenio y determinación para ganar partidos y destrozar pizarras. Desde su punto de vista, él se coloca en el cajón de los que lograron tirar por tierra tanto el fútbol de dorsales como el de posiciones. Ni él era un ‘3’ ni era un lateral. Era todo eso y muchísimo más.
Como si poner un testigo entre sus manos fuera tan fácil, resulta que Marcelo llega al Real Madrid heredando el poste de su padre conceptual, que es a su vez padre de todos los laterales futuros, modernos y posmodernos. Roberto Carlos había creado un antes y un después en la posición desde varios conceptos o rasgos: una potencia de esprinter centista para el cambio de ritmo y la llegada al espacio, un golpeo de balón tan seco para el disparo como sutil para el centro, el control o la pared, y una frecuencia física para recorrer 90 metros de campo una y otra vez, arriba y abajo, que lo señalaban como una fuerza de la naturaleza. Para colmo, como su buen amigo Nazario, parecía el prototipo de un jugador que siempre sería futuro y vanguardia por mucho que todo lo físico y técnico avanzara. En resumen, abría el campo visual del ojo humano del espectador de fútbol y lo conquistaba instalándose en sus retinas a través de bombas inteligentes, combas imposibles y carreras ganadoras. Nada puede superar al que es capaz de levantar semejante sensación de asombro. (Pero) entonces llegó Marcelo.
De la mano de Mijatovic junto a Higuaín y Gago, éste era un lateral muy prometedor, más verde que una lechuga, que no conocía la concentración y que era más brasileño jugando que el carnaval de Rio: entendía que el fútbol es hacer cosas con el balón e irse hacia el ataque. Y claro, los partidos duran 90 minutos y en Europa ya han venido de allí cuando tú has intentado ir para allá. El choque cultural es importante y el Bernabéu no entiende de prudencias ni aclimataciones, mientras Schuster con Heinze y Mourinho con Coentrao señalan su talón de Aquiles en algunos, muchos, días importantes. Esta es la principal narrativa que hace de Marcelo una historia letrada en paralelo a la más adjetivada que inspira su talento: hacerse imprescindible dentro del campo invirtiendo corrientes de opinión, convirtiendo al descreído y aglutinando fieles, empezando por sus propios compañeros.
Poco a poco su fútbol va ganando experiencia y comienza a construir una identidad propia, que terminaría por significar una de las ventajas tácticas más indefendibles primero en Liga y después en Champions. Para llegar a ese macro, Marcelo destaca principalmente por llevar hasta las últimas consecuencias su principal virtud y nunca condicionarse o reprimir su creatividad. Su fútbol nace del ingenio más instintivo y eso rompe cualquier planteamiento programado o respuesta defensiva del oponente a través del estudio y control de las situaciones de juego, lo que comienza a invertir también la secuencia que dice que un equipo se construye en medio y por delante mientras los laterales aprovechan las ventajas con incorporaciones y centros al área.
Así, es Marcelo el que se atreve a ser la punta del compás, el eje transversal; el polo opuesto que imanta el juego. El que se echa defensas encima y a su alrededor recibiendo al pie para abrir las aguas. Desde su ingenio -cuerpo, calle, engaño- se desencadena la técnica, que es inconfundiblemente sudamericana: túneles, pisadas, controles de tacón, paredes en centímetros. Todo diseñado para convivir rodeado de rivales, sin pedir nada de pizarra que lo oxigene. Esto reformula todo su juego y después el del Real Madrid, quien no tardaría en acumular una cantidad de talento de un nivel histórico pero, sobre todo, lleno de matices, capaces de convertir las plantillas en una generación; en un momento justo y lugar adecuado. Una alineación de estrellas que desemboca en el colmo de la literalidad: un conjunto de estrellas perfectamente alineadas. Un milagro.
Según van llegando Benzema, Ronaldo, Ramos de central, Alonso, Modric, Kroos, Bale o Isco, Marcelo va poco a poco consumando su venganza mientras afila su fútbol y gana partidos a la vez que trastoca los lugares tranquilos de quien se pone frente a él. Cuando el principal foco de creatividad e imprevisibilidad del rival nace en la línea de cal, éste cree que allí, el balón, lejos del carril central y en diagonal al área, está defensivamente controlado, pues las tres líneas defensivas lo miran de frente y hay tiempo y hombres suficientes para destinar ayudas y detener incursiones y ocurrencias. ¿Para qué lateral no es un marrón iniciar y hacer progresar el juego recibiendo abajo y al pie, basculando el rival con todos sus hombres para tapar espacios y pasillos? Marcelo ya sabía todo eso porque en el fondo era lo que necesitaba, porque hay futbolistas que necesitan sentirse agobiados para actuar con el instinto y crear cosas nuevas sobre la marcha, como en la calle. Si el que te rompe líneas y ensancha los pasillos es tu lateral izquierdo, suena recomendable comprender que los órdenes ya no son tan rectos y que toca aprovecharlo.
El Madrid ya iba caminando hacia aquel lugar, porque lo que sí pedía Marcelo era disponer de puntos de apoyo para escalar desde su posición de partida hasta zonas de finalización o desequilibrio. Como su fútbol se basaba en superar individuos de múltiples formas (regates, paredes o pases), tener futbolistas de movimiento por delante -Ronaldo, Isco- y de fijación por detrás – Kroos-, hacían posible que Marcelo pasara al siguiente nivel, que no era otro que situarse como el jugador más determinante en muchas de las eliminatorias importantes a partir de 2011 -vs Barça de Guardiola- y posteriores exhibiciones en múltiples ediciones de la Champions, con implicación directa en goles, asistencias y acciones absolutamente decisivas. Es decir, Marcelo, efectivamente, tiró por la borda la moralidad imperante de los inicios para ser una ventaja injusta y uno de los futbolistas más determinantes del mundo. Se puede tomar desde el terreno de la táctica o desde el terreno del resultado que no habrá demasiadas posiciones en contra.
En otro terreno menos cuantificable, y quizás el más importante, uno se imagina a sus compañeros teniendo a Marcelo de su lado entre 2012 y 2018 en cada partido como algo íntimo, propio y difícil de explicar, cómo cuando sales a dar un paseo por la calle o de camino al autobús y te pones los auriculares, y comienza a sonar música y dejas de decirte las cosas negativas que te decías hace cinco minutos, dejas de pensar y de preocuparte, tu paso cambia y se hace fuerte, te metes las manos en los bolsillos y sientes que ahora todo es posible, que el mundo es fácil y que ya no hay ruido.
(…). Si no hay opción, balón a Marcelo y empezamos.