-«Es un cabrón este. Cuando quiere agarra el balón y te cambia el partido. Coge el balón y vete para adelante. Diviértete.»
-Madre mía, qué bueno es.«
Conversación en el túnel de vestuarios entre Saúl y Oblak hablando sobre el Menino de Ouro.
Debe ser realmente gratificante compartir vestuario con un futbolista que es capaz de ganarte partidos, no solo desde lo meramente numérico, sino sobre todo desde lo anímico y emocional. Donde no llegan tus convicciones, llega él. Ágil, de mirada inocente y rostro bisoño, aún con rastros de un acné juvenil rebelde, un chico que podría pasar perfectamente por el amigo que nunca se mete en líos y te echa un cable. João Félix es tan bueno que todos sabíamos que el pasado curso no era sino un peaje a pagar por su primer año, el preludio de algo que sabíamos que sería espectacular. João está llegando, y con él un Atlético de Madrid que ahora entiende que el fútbol es mucho más sencillo cuando a tu lado tienes un tipo que solo necesita divertirse. El cholismo es sufrimiento sin rasguños, una religión que ve en Félix un amago de redención.
João Félix aterrizó en un club que vive una etapa quizás irrepetible de la mano de un técnico que lo es todo, principio y fin de una estructura que se levanta sobre la obscena grandilocuencia del trabajo y el sacrifico, dos palabras que podrían ahuyentar a un futbolista joven y talentoso como el luso. João cayó, recién salido de su cáscara, expuesto bajo miles de focos hiper fluorescentes que mostraban su piel tierna, falto de marcas que asociar con el Cholismo. El portugués era un jugador virgen que llegaba para reemplazar el hueco futbolístico del mejor futbolista del Atlético de Madrid: Antoine Griezmann. Sin el francés, João debía probarse ante un reto mayúsculo. El fútbol es el reverso oscuro de Saturno. Un Dios que en su paranoia devora a sus hijos, aún tiernos, por miedo a ser destronado. Los futbolistas nunca pueden ser más grandes que el propio recuerdo. Y João fue devorado. Aunque no murió.
«Era cuestión de tiempo«, se escucha de forma reiterada. Nadie dudaba del portugués, o de sus condiciones, y sí del encaje que podría encontrarse en el Atlético de Madrid. Pero a 20 de noviembre de 2020, podemos decir sin temor a equivocarnos, que João Félix, El Menino de Ouro, ha llegado. Está naciendo. Sus cifras están despegando y su fútbol se acelera, mostrando un repertorio de jugadas que dibujan de forma definitiva el perfil de un futbolista impresionante: 9 goles producidos en 10 partidos esta temporada y una ascensión en el juego importantísima. Es ya el líder futbolístico del Atlético de Madrid. Antes de entender el porqué, parémonos en su talento y sus cualidades.
João es irreverente. Un jugador sensible, con una facilidad pasmosa para generar situaciones de peligro en cualquier punto del terreno de juego. Eso permite al Atleti ser capaz de comenzar a atacar «desde cualquier sitio». Da igual dónde y cómo, porque el joven portugués representa un atajo hacia el gol bien sea desde el pase, la conducción o el remate. Domina todos los registros y a ello se le suma una determinación que desprenden solo los elegidos. Su cara angelical, de monaguillo que está aún en fase de aprendizaje, esconde tras de sí un reverso oscuro, el de un futbolista preparado para la aniquilación en cualquier parte del verde, una fuente de la que emana un fútbol cristalino y potente. Solo hace falta alimentarla, procurarse que siga recibiendo un mínimo de abastecimiento. Del resto, como estamos viendo, se encarga él.
Ningún futbolista puede sobrevivir sin una estructura que le permita existir. El trabajo del ‘Cholo’ Simeone en este verano ha girado alrededor de cómo encajar a João, cómo hacerlo sentir cómodo. Y, como de costumbre, Simeone no ha fallado. Bien sea en un rombo, en 4-3-2-1, o en un 4-4-2 al uso, Félix viene relacionándose con todo el frente de ataque, pero con una tendencia casi inherente a su fútbol de acostarse en el lado izquierdo del ataque. Con Luis Suárez fijando siempre a los centrales, los movimientos agresivos, casi caníbales, de Marcos Llorente desde el otro perfil, la capacidad de Correa de limpiarle rivales y atraer marcas y la calidad en el pase de Koke y Herrera, le dibujan al portugués un escenario perfecto, como hecho a mano, para que sus cualidades emerjan sin mayor reparo. De ahí que sus intervenciones hayan crecido exponencialmente: de 30 toques por partido a 47,7. De 0,7 regates a 2,3 (con un 64% de acierto). De 0,6 pases clave a 1,7. Su fútbol se asemeja mucho a un árbol que florece tras ser cuidado después de un largo abandono. No es extraordinario, es lo lógico si se atiende al talento: responde.
De ahí que el Atlético de Madrid haya agradecido el doble el nuevo nacimiento futbolístico de un Marcos Llorente que se ha convertido no solo en un argumento competitivo valiosísimo, sino sobre todo en el compensador ideal para que Félix pueda brillar. Sus movimientos larguísimos con y sin balón permiten que Félix pueda ser lo que ya en el Benfica insinuó: que tiene potencial no solo para irse a los 25 goles, sino para ser el generador de juego del equipo. Sin ser un futbolista explosivo, sí es poderoso en sus primeros pasos, difícil de derribar, pero necesita que sean otros (Correa, Llorente) quienes le abran ciertos caminos. La presencia de Saúl en ese costado izquierdo, puede ser problemática, pero creo que el centrocampista rojiblanco agradece mucho poder tener a un gestor como João, que aglutine juego y sea el motor pensante del Atleti en fase ofensiva. A priori, el nuevo status de Félix es un alivio para todos los integrantes del Atlético de Madrid.
No hay nada más emocionante para alguien que ve el fútbol desde fuera, como un espectador pero también como un observador, apreciar el nacimiento de una estrella que supera su período de lactancia, que empieza a mostrar pliegues en su piel. El proceso es ya imparable. El fútbol, que puede ser muy rocambolesco, acostumbra a ser transparente y sincero cuando emerge un talento como el del portugués. Nos susurraba que llegaría, y ha llegado. En el relato cholista, plagado de sufrimiento, de equipo que precisa de un lenguaje vasto para entenderse, se ha colado un verso libre que no tiene memoria, que no sabe lo que es perder en Milán o Lisboa. Un jugador sin mochila y con toneladas de personalidad. En un relato que a veces se condena a autolimitarse, a morir mirándose en el pasado mutilado, João no es sino un halo de esperanza. Una oportunidad para volver a creer.