Cuando algunos se atrevieron a hablar de fin de ciclo luego de la trágica eliminación ante Atlético Mineiro en Copa Libertadores, River se enojó. Y quien conoce el fútbol que hace siete años y medio practica el equipo de Marcelo Gallardo comprende que nada puede ser peor para sus competidores que sentir cómo la bestia se despierta para arrasar con lo que tenga en frente, utilizando esa frustración como combustible energético para poner la máquina a trabajar. Sin dar mínima importancia al contexto.
Ya con el máximo torneo continental fuera de sus posibilidades, el único título que todavía no había levantado Marcelo Gallardo —el campeonato local— volvía a ponerse sobre la mira como el principal objetivo de la temporada. River se enfrentó a bajas gravísimas durante el desarrollo, ya sea por ventas en el mercado, inconvenientes físicos o convocatorias a sus respectivos seleccionados, perdiendo futbolistas de relevancia superior dentro del once titular. Matías Suárez, Nicolás De la Cruz, Fabrizio Angileri, Enzo Pérez, Felipe Peña Biafore, Braian Romero y Héctor David Martínez sufrieron lesiones en el transcurso de la Liga Profesional, y algunos de ellos todavía se encuentran en proceso de recuperación a falta de dos fechas para el cierre. Allí otro mérito del Muñeco: dar confianza a jóvenes para dar sus primeros pasos en Primera División a fin de suplir estas bajas. Pero no solo largarlos al césped, sino mejorarlos como futbolistas potenciando sus virtudes y minimizando sus defectos, generándoles entornos favorables que hicieran posible su evolución. Así diseñó una fórmula indefendible: una miscelánea de bisoñez y veteranía, con los expertos actuando de caudillos y los inexpertos de aprendices.
Un caso paradigmático es el de Santiago Simón, el joven volante de diecinueve años que compite como si llevase años vistiendo la camiseta del Millonario y cuyo rendimiento fue merecedor de una convocatoria a la selección argentina. Maduro para desempeñar distintos roles, comprometido e insistente. Empezó anejo a la banda, como en las categorías inferiores, recorriéndola y mostrando un despliegue de correcaminos, además de una correcta toma de decisiones y un vasto catálogo de soluciones a ofrecer en el costado derecho. Pero pronto encontró su lugar como interior. Ya es un mediocampista completo, que también pisa la línea de cal, capaz de soltarse con libertad y aportar último pase, creatividad, desmarques de ruptura, recuperación, calidad técnica, soluciones para el colectivo y una capacidad de asociación asombrosa.
«No se le levantan los pases del piso. La ubicación, encontrar espacios en terrenos minados de piernas adversarias, la velocidad…»
Marcelo Gallardo, en la conferencia de prensa correspondiente al partido ante San Lorenzo, sobre Santiago Simón.
Otro ejemplo es el de Enzo Fernández, mediocampista central de veinte años que supo jugar de ello en soledad en el boyante proyecto de Defensa y Justicia, pero en sus inicios en River lo hizo en compañía de Enzo Pérez (dueño absoluto de la posición) hasta hallar en los últimos encuentros un sitio que lo potencia en demasía: alternancia de apariciones entre líneas para ponerse de frente con sus controles y descensos a la base de la jugada para asociarse e hilvanar pases con sus compañeros a fin de dar progresión y conseguir que las posesiones adopten un sentido específico en campo rival: hacer daño al adversario. El premio también se lo dio Lionel Scaloni citándolo al combinado argentino.
«Puede aportar desde adentro, desde el medio, un poquito más adelante, tiene un rol muy importante dentro del entendimiento del juego, lo puedo utilizar en varios lugares y lo va a hacer bien. Entiende el juego, agarró un poco más de dinámica en su físico y es un jugador con personalidad».
Marcelo Gallardo, en la conferencia de prensa correspondiente al partido frente a Platense, sobre Enzo Fernández.
Quizá este River sea recordado en el tiempo como aquel que basaba su plan en los mediocampistas. Gallardo incorporó uno más a la estructura logrando que Agustín Palavecino, Enzo Fernández, Santiago Simón y Enzo Pérez (hasta su lesión) se adueñasen del equipo y, a partir de allí, el fútbol se desplegó con una fluidez pasmosa. Sociedades en corto en distintas parcelas del terreno de juego, movimientos sincronizados de entrada y salida, desajustes permanentes a la defensa rival y dominio casi absoluto de la posesión. Todo con una intensidad y energía incontrolables. Pero como al final en este deporte invariablemente gana el que más goles anota en el arco enemigo, es imposible no hablar de Julián Álvarez para entender el título. Su irrupción en la quinta jornada derrochó una brusca cantidad de goles y asistencias complementada con una influencia ilimitada en el circuito ofensivo del equipo. Es el máximo anotador de la temporada y sólo él sabe cuánto tiempo le resta en el fútbol argentino.
«Merezco la oportunidad de replantearme lo que tengo que hacer», declaró ante los micrófonos y con los ojos brillosos Marcelo Gallardo en una entrevista post celebración. Lo más probable es que, con su contrato a punto de finalizar, ni él sepa lo que sucederá en su futuro en una decisión que incluye razón y corazón. Lo concreto es que su River es el nuevo campeón de la Liga Profesional cuando todavía quedan dos jornadas por disputarse y lo es porque, luego de que ensimismase todas sus energías en ella, no ha existido equipo con un nivel tan alto en toda la campaña ni tampoco otro que derroche tanta convicción con la idea. Los hombres del Muñeco salen a la cancha y oprimen, saturan, angustian e irritan al rival, como si fuesen protagonistas de una película de terror. Le quitan las esperanzas desde el primer instante y luego juegan su partido, mientras en el banco de suplentes un hiperactivo director técnico les suplica: «¡Juguemos para adelante!». ¿Y qué pasa? Que el oponente ya no existe. Y sólo queda un equipo en cancha.